Viene de todas direcciones y no hay nadie que esté completamente a salvo. Parece como si todo cuanto nos rodea estuviera revolviéndose de nervios. La economía se retuerce, el cielo se retuerce, algunos hombres y mujeres se retuercen.
Afuera está cayendo duro. Fuera de mi casa y fuera de mi país.
Los organismos financieros hacen declaraciones, los meteorólogos hacen declaraciones y algunos hombres y mujeres no tienen nada que añadir.
Ahora todo el mundo quiere venderte algo, pero tú sólo quieres tu paraguas y un lugar tranquilo.
Entonces pones la televisión y aparece el presidente de la Asociación de Promotores y Constructores de España y dice, como si estuviera lanzando un órdago para llevarse la partida o palmar de una vez, que mejor será “que nadie espere que la vivienda baje un 30 o un 40%”; luego añade: “Antes de eso se lo regalo al banco”. Algunos hombres y mujeres, que ven sorprendidos la pataleta, dicen que esperarán sentados a ver cómo pasa. Los bancos, por su parte, dicen que prefieren que el presidente pague en metálico, si puede ser.
Se enfurece, el presidente, porque piensa que están los compradores haciéndole el viejo truco de fingir desinterés para bajar los precios, sin caer en la cuenta de que no es una cuestión de voluntad sino de posibilidad. No parece entender, el presidente, que los sueldos en España son los que son, y que la ficción prestamista que generó una época de euforia irracional se ha acabado por un tiempo, de modo que quien quiere una casa no puede comprarla. Salir a repartir un par de mamporros como un matón de patio de colegio exigiéndole el bocadillo a quién no lo tiene, no va a cambiar nada. Pero eso ya lo entenderá, el presidente, más adelante.
Afuera cae duro y adentro no se está del todo bien. Le dimos una pistola a un mono y luego lo coronamos rey de la fiesta. No será del todo una sorpresa que haya algunos heridos al finalizar la noche.
Ahora todo el mundo quiere culparte un poco. Pero tú sólo buscas tu paraguas y un lugar donde estar tranquilo.