Estaban en una calle cerrando un acuerdo, ya a punto de largarse.
Repetían lo que seguramente ya habían hablado unos minutos antes, como se hace siempre para estar seguro de que las condiciones han quedado claras cuando uno de los dos va a poner dinero en algo. La desconfianza es un papel doblado que alguien nos mete siempre en el bolsillo cuando no miramos.
Uno decía: “Le dices que hemos hablado un precio y me traes lo que te digo”. El otro decía “Sí, sí, el lunes lo tienes todo y lo dejamos listo”.
Hablaron algunas cosas más, y cuando ya no hubo más que decir ambos se despidieron y se subieron a sus respectivos coches.
Uno tenía un Porsche Cayene y el otro un Citroën ZX ranchera de principios de los 90.