Internet es un animal complicado. Si te mueves mal, muerde. Lo saben ya varios ministros, y lo estamos viendo, una vez más, con la sublevación en la Red ante la posibilidad de que el Gobierno ponga cortapisas a la distribución de contenidos en internet.

El problema viene arrastrándose desde hace tiempo. La música, el cine y pronto también la literatura, se encuentran en internet con un intercambio de archivos difícil de detener.
Los músicos hallaron una salida: los conciertos, a los que acude más gente cuanto más lejos llegan los discos; no así las discográficas, que siguen buscándola. El cine, por su parte, quedó tocado pero no hundido gracias a que nunca será lo mismo una película en screener que una sesión en pantalla gigante y con Dolby.

Pronto va a entrar de lleno en el terreno de la literatura con los lectores de libros digitales en plena expansión, y aquí va a hacer más daño, porque los escritores no dan conciertos, a los recitales no va nadie y las letras son lo mismo con Dolby que sin Dolby.

La industria cultural necesita un modelo que no encuentra, eso está claro, pero la solución no está en el recorte de las libertades, ni en el cierre sin autorización judicial de webs. Es el momento de las ideas. Spotify es un buen ejemplo de cómo ganar dinero en el panorama actual facilitando la reproducción legal y gratuita de contenidos protegidos.El problema es que las buenas ideas no abundan. Pero eso no es culpa de internet.