Ya sea para volver a casa o para huir de ella, uno llega a un aeropuerto con bastante prisa. Las terminales son un lugar de paso. Cuando llegas a una, sabes que es para salir volando. Quedarse en tierra, entonces, se convierte en una derrota insufrible. Pisar un aeropuerto es como estar a mitad de la cuesta de un tobogán; el letrero que indica que tu vuelo ha sido cancelado, es un montón de pegamento sobre ella.

Anda empeñada la tierra en darnos periódicas lecciones de humildad últimamente. Cada mañana enciendo el ordenador con la sensación de que al abrir las web de los diarios voy a encontrar una gran noticia abriendo. No es casualidad, no son pocas las veces en que ocurre. El número de seísmos de gran intensidad en los últimos meses ha sido terrible, las lluvias torrenciales también.

Las catástrofes naturales nos devuelven al lugar de inicio, al rincón desde el que se intenta adivinar algo, a esa pequeña esquina del planeta desde la que miramos sin saber muy bien qué.
Al final, usted no vino aquí a dominar el mundo, sino a sobrevivir. Puede jugar a dominar el mundo mientras el mundo no se decida a dominarle a usted, pero no dejará de ser un fin equivocado.

Algunas luchas parecen menos importantes una vez superada la primera resistencia. De pronto un volcán entra en erupción en Islandia y en Roma un paciente no recibe a tiempo su trasplante . No tardamos en olvidarlo, de todas formas. En cuanto todo vuelve a la normalidad o Haití deja de salir en el informativo, uno vuelve a enredarse en los hilos de su propio ego.

17.000 personas dan para fundar un pueblo. Sería un pueblo extraño y lleno de maletas, pero consciente de que no todo lo urgente es necesario.

(Ilustración de Rocío Lara)