A los niños es tan fácil robarles las golosinas como los recuerdos. Les pones y les quitas casi sin darte cuenta porque a los niños nadie los ve como los adultos que serán mañana, sino como los niños que son hoy, y no pueden votar, y no se manifiestan ni hacen más ruido que el del patio de colegio. A estos adultos de mañana les quitas una playa de sus futuros recuerdos y se la cambias por un zoo y nadie se da cuenta.
Los que fueron niños ya hace tiempo en la playa de Los Urrutias saben hoy que lo que ellos recuerdan y lo que se les está dando a los pequeños de hoy tienen poco en común. No más aguas tranquilas, no más baño plácido, no más caballitos de mar ni buceo despreocupado. Ahora, caza; ahora esquivar a los monstruos. Los niños de hoy en Los Urrutias han crecido igual de rápido que los de ayer, pero sorteando medusas marrones y picores, primero; luego blancas; después espumas extrañas en la orilla y ahora atrapando babosas del Mar Rojo en el mar azul de sus recuerdos de mañana.
El lago sucio en que se ha convertido el Mar Menor con la permisividad de los que ostentan la responsabilidad de cuidarlo, sonroja a quienes jugamos en aquellas arenas alguna vez. Un año más, los veraneantes abandonan el Mar Menor repitiéndose que el año que viene no vuelven, pero es difícil abandonar los lugares que han sido tuyos y la esperanza es una tontería muy contagiosa en invierno.
Algunos guardamos nuestros buenos recuerdos y ya no hay quien nos los fastidie. A los niños que vi este verano llenar cubos de babosas con las manos se los han cambiado por otros. Y los ves jugar igualmente, y los ves muertos de asco y de risa atrapando gasterópodos, porque ellos, tan pequeños, todavía no saben que lo normal no era esto, que hubo otro mar en ese lugar, y otro futuro.