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Francisco Apaolaza

La columna de Francisco Apaolaza

No tengo parabólica

Dice Luis Francisco Esplá que, de todos los miedos, el peor es miedo al miedo, un primo hermano del pánico. Cuentan que al matador de toros Antonio José Galán se le cruzaron los cables una tarde en Pamplona con un Miura de las dimensiones de una hormigonera. Ese día, en mitad de una tormenta sanferminera, bajo un cielo negro como panza de grillo y con los rayos reverberando en el traje de luces como si fuera un personaje de la película ‘Tron’, le dio por torear.

Pese a la manta de agua, la gente volvía en tromba de los vomitorios donde se había refugiado del aguacero de verano para ver a Galán arrebatarse en un trance épico, ético y estético. Cuando tuvo que matar, plantado en mitad de un charco y con el barro subiéndole las pantorrillas, cuadrado delante de aquel minotauro inmenso, sintió que la muleta empapada pesaba demasiado y en lugar de usarla como engaño para colar la espada, la dejó caer. Se fue detrás del estoque, sobre el morrillo a partir y partirse la madre y acunó su cuerpo entre los pitones. El golpe fue monumental y salió despedido como un pelele sucio y loco sobre la largura interminable del lomo del animal. Cuentan que cuando se levantó, tambaleándose, cayó el toro sin puntilla y la plaza lo aclamó como si fuera un héroe romano ungido a su carro de relámpagos. Me dijeron que lo hizo por miedo extremo.

El pánico crea espacios de desorden en los que a veces ocurren fogonazos de genialidad. En esos terrenos de la angustia algunos huyen, otros atacan; se yerguen como titanes o se arrastran como miserables. Y luego está José Antonio Monago. Cuando intentó explicar que él era un tipo honrado y que no había gastado el dinero de todos los españoles en viajes privados a Canarias salió a la palestra con los ojos encendidos en un ultimátum de cansancio. Habló con la vehemencia repetitiva de un borracho de madrugada. Hubo gente que había sacado birras para verle hacerse el harakiri y él lo sabía. Estaba acorralado y, hasta las trancas, ejecutó el ‘alehop’, la cumbre narrativa de todo su culebrón berlusconiano: «Yo no tengo parabólica», dijo, como si esa carencia explicara su honradez. Como si fuéramos todos los bobos menores y él el bobo mayor. En realidad, hablaba el pánico.

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Ideas liebre, pirotecnia subjetiva y recopilación de los textos de opinión publicados con mayor o menor audacia por el autor.

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