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La Taberna de Mou

Fútbol, hipócritas y violentos

Dos grupos de radicales se citan a primera hora de la mañana de un gris domingo en Madrid para pegarse. Dos grupos de descerebrados deciden aprovechar una fiesta llamada fútbol para partirse la cabeza, arrojar al frío río al enemigo y matarse. La policía no sabía nada. Un radical ha perdido la vida, pero como la salvajada se ha producido fuera del estadio anfitrión, nosotros no tenemos nada que ver en este asunto ¿Radicales? Yo no puedo hacer hada para cerrar esa grada y prohibirles la entrada al estadio, a mi estadio, que para eso soy el accionista mayoritario ¿Solución? Ninguna. Siempre hay un hijo de puta entre la masa y algunos de mis amigos, gente muy decente, tiene hijos en el Fondo Sur. Gente muy normal, de verdad. Que nadie nos acuse de proteger, sigue el encendido dueño de uno de los clubes afectados, que nadie nos acuse de dar cobertura, espacio, entradas y privilegios a los bestias. Así que, un muerto más del que avergonzarnos, cada día más parecidos a los violentos que tanto nos repugnan de otros países, pero sin nadie que se responsabilice de lo sucedido.

Nadie se enteró de la convocatoria y eso que hay grupos especializados en bandas violentas dentro de nuestras fuerzas de seguridad y a pesar del ojo de la cara que cuesta al contribuyente el despliegue que se monta cada día de partido. Tampoco los clubes sabían nada de las intenciones de estos presuntos aficionados al fútbol. Es más. Posiblemente, el autor o autores de la muerte del seguidor radical del Depor, acudieron al partido como si tal cosa, presumiendo incluso ante sus camaradas de la ‘hazaña’ perpetrada. Son viejos conocidos del club y también de la policía, pero es posible que sea un avispero que nadie quiera tocar. El resto del estadio, a pesar de los bellos gestos de intercambio de camisetas con los aficionados rivales, tampoco hizo nada por evitar la tragedia. Algún que otro abucheo a los radicales propios, pero poco más. Miedo, desidia o costumbre, pero el seguidor ‘normal’, el que escucha todos los días de partido los cánticos ofensivos, insultantes y vejatorios, es más condescendiente con estas ovejas negras. En el fondo, piensan, son los que tiran del carro cuando el estadio está decaído y el equipo algo empanado. Todos saben, pero se mira hacia otro lado.

No seamos hipócritas. Repudiamos la violencia únicamente cuando tenemos un muerto caliente. Hasta que se les va de las manos, no queremos saber nada. Dirigentes cómplices, que crearon años atrás el monstruo hasta que éste creció, se hizo mayor, independiente y comenzó a morder la mano que le daba de comer. Periodistas de doble o triple moral que hoy se rasgan vestiduras, pero que ayer se hacían fotos con los cabecillas y las publicaban orgullosos en las redes sociales. Políticos timoratos que en lugar de erradicar con contundencia al violento, prefiere montar despliegues propios de zonas calientes, cada vez que declaran de ‘alto riesgo’ un partido de ¿fútbol? No se vuelvan locos: los clubes y quienes tienen el deber y la obligación de proteger a la sociedad de esta escoria, saben perfectamente quienes son los aficionados violentos, dónde viven, a qué dedican su tiempo fuera de los estadios, quienes están al frente, lo que hacen y lo que dejan de hacer. Es tan sencillo como cerrarles la puerta de entrada, arrojar la llave a una alcantarilla o no dejarles entrar más. Hay quien se ha atrevido a hacerlo, como el Barça de Laporta o el Madrid de Florentino. Les costó tiempo, fue incluso peligroso, pero lo bien que se respira ahora en estos dos estadios compensa cualquier riesgo. Todo lo demás, excusas cobardes.

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