Muchas jóvenes mujeres españolas, tengo observado, padecen una contagiosa creencia de origen australiano: piensan que forman parte de un sexo excesivamente numeroso. Dicen las leyendas urbanas (como los tópicos, las leyendas urbanas seguramente serán siempre verdad) que en algunos sitios de Australia hay siete mujeres por cada hombre. O, poniéndonos un tanto islamistas, “para” cada hombre. Yo no sé nada de nada sobre mujeres, claro, porque soy mitad monje, mitad colgado. Pero desconfio de los supuestos “paraísos para el macho”, terrenales o divinos. Parece tan cutre, a estas alturas, creer que en algún lugar de la Tierra vas a tocar de verdad a más como irse a pueblos donde organizan “caravanas de mujeres” con verbena. El escritor Pla hubiese dicho, receloso, que todo esto del amor es “pagar, pagar y pagar”.
Demasiadas jóvenes mujeres en edad de merecer dicen en sus días negros aquello de “vosotros lo tenéis más fácil”… porque sois menos. No hay ningún dato demográfico serio en este país que corrobore esto. Ellas por supuesto son ligeramente más numerosas en España tomadas en conjunto, gracias a la desproporción de las últimas edades, porque no son tan autodestructivas en su estilo de vida, resultan menos efectivas suicidándose y mueren efectivamente algo más tarde. Nada llamativo. Sin embargo, contra los datos demográficos, las chicas españolas se ven multiplicadas hasta el infinito en los reflejos de los escaparates de la calle. Se ven entre ellas por todas partes. Siempre creen, no ya que son muchas más, sino que no hay otra cosa que mujeres. La frase femenina, tan de acabar de ver una película de John Wayne (o del castigador Grey, con su corbata desanudada y su mano larga) de que “ya no hay hombres”, adquiere entonces una connotación literal. No hay hombres porque, según piensan ellas, de lo que hay demasiado por la calle es de lo otro.
En el fondo late la inexplicable sensación de ellas de que forman parte de un irreal “stock” que se acumula, sin salida, por razones desconocidas. En las chicas yo no he encontrado la “envidia de pene” de Freud, más que, si acaso, como fantasía o provocación de un día. He encontrado la convicción de que el mercado queda saturado todos los días en España por ingentes hornadas de mujeres salidas del diseño cósmico de una inteligencia malvada.