Mi padre entraba en una habitación y el silencio era inmediato. Su presencia imponía. Bajo cierta luz, con aquellos ojos verdes de estatua pintada relampagueando, era Tito Livio a punto de sacar unas palabras del mármol. De él, salvando las distancias de corpulencia (y de todo), heredé parcialmente ese poder de imponer ante concurrencias demasiado impresionables y cervatillas. No por supuesto por mi escasa presencia -angelico mío- sino por una involuntaria severidad en mi rostro. Como si siempre fuese a hacerme una mascarilla en yeso Santiago de Santiago, justo antes de echarme a un ataúd. “Es que no te ríes nunca y miras penetrante”, me dicen algunas personas con cierta inquietud, y yo entonces me pregunto dónde quedó el clásico español embozado y grave, siempre salido de un cuadro negro aumado por el tiempo. Dónde están aquellos españoles de los que Rousseau aseguró que era el último pueblo auténtico de Europa. ¿Quién dijo esa absurdidad postromántica de que éramos el pueblo del buen rollito?
La media sonrisa que reservo para ocasiones sociales especiales se considera mefistofélica: incomoda aún más. Qué se va a hacer. La chica más aguda que he conocido me confesó un día: “la verdad, nunca he sabido si tienes dientes, porque jamás los he podido ver”. Me recordó aquella leyenda popular de un pastor de Las Hurdes, que una noche se encontró en un refugio con un una monja a la que no pudo ver los pies porque, según el buen hombre, tenía pezuñas de cabra. Los un tanto sensacionalistas monjes medievales que salían en “El nombre de la Rosa” de Eco aseguraban aquello de que la risa deforma los rasgos y hace que el hombre parezca un mono. El cantante Johnny Cash tuvo que dedicar toda una canción a explicar por qué vestía siempre de negro. Por los solitarios, enfermos, derrotados, viejos. “Me gustaría llevar un arcoiris cada día/ y decir al mundo que todo está bien/ pero trataré de llevar un poco de oscuridad encima/ hasta que las cosas sean más luminosas/ soy el hombre de negro”. Confío en no tener que hacer una tesina para explicar a los optimistas irrecuperables por qué se me suelen olvidar los chistes. Pero, contra lo que indica la leyenda, río con frecuencia a abiertas carcajadas. Lo que pasa es que esas carcajadas suelen quedar ahogadas dentro de la gran ola diaria de mis cervezas.
___________________________________
Mi proyecto de vida consiste en que las horas, días, años, muestren una clemencia impropia de su naturaleza y pasen lo más deprisa posible. Y sin embargo han existido momentos, algunos, en el que hubiese deseado que todo el movimiento del mundo quedase inhabilitado por la irrupción de otra dimensión extraña en las tres que conocemos (algunos astrofísicos ya hablan de que las dimensiones realmente existentes podrían alcanzar los dos dígitos). Que se detuviese todo, como cuando el matador Curro Romero hacía una verónica, hasta que yo mismo diese orden en contrario tras bañarme en ese instante todo lo que yo quisiera hasta quedar harto. Que parasen los relojes, las baterías, el movimiento rotatorio del planeta, mi oxidación física, hasta que pudiese fijar todo bien en mi cerebro de modo que nunca pudiese alterar ese recuerdo con otros menores (la memoria es un “chef” que cree en la fusión, y yo por contra soy un purista).
Por ejemplo aquella vez allá muy lejos, en cierto lugar -qué importa-, en medio de una luminosidad nocturna que en realidad parecía un fantasmagórico día -en cine se llama “noche americana” a lo contrario: se filma, con filtro, de día como si fuese noche-. Aún sigo viendo extasiado aquel raro resplandor azul, como si todo fuese un inmenso fuego fatuo. Y cómo se vertía la neblina entre lo alto de las copas de un bosque que parecía conspirar como en los relatos del ocultista Algernon Blackwood, entre gritos de gaviotas que se alimentaban exclusivamente de ojos de pescado vivo. Aquella noche/día me sentí, confortado, en medio del “set” de una película de terror. Desde muy niño, para mí las películas de terror han sido el refugio amable que me salvaba, un rato, del terror real que me ha causado siempre la vida.