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Súplicas concedidas

El misticismo religioso típicamente ruso creo que se debe en parte al vodka (decía el inglés Kingsley Amis en su manual de borracheras dignas “Sobrebeber“ que cada tipo de alcohol favorece un determinado estado mental; el del vodka es, parecidamente a la ginebra, introspectivo). Los rusos, tal vez tras un poco de vodka, suelen decir que Dios nos castiga concediendo nuestras súplicas. En muchas ocasiones, es menos malo que Dios nos castigue a que nos favorezca. Cuando se nos da un deseo ansiado durante largo tiempo es para, al tenerlo en nuestras manos, sentirnos decepcionados. Y a quién reclamamos entonces nuestra decepción. Volver a rogar a Dios para que nos retire el deseo concedido que no es lo que esperábamos es de las cosas más ridículas imaginables. No es extraño que Dios, harto de las inconsistencias humanas, no conteste ya nunca a nadie cuando es llamado. Y que su silencio sea absoluto.

En el célebre relato de W. W. Jacobs “La pata de mono” ocurría algo de esto. Unos padres desconsolados piden a un amuleto, una garra de mono momificada (que decían concedía deseos), el regreso de un hijo muerto, hecho trizas por una máquina en la fábrica donde trabajaba. Pero cuando el hijo muerto, tal como quedó tras aplastarlo la máquina, toca a la puerta de casa durante la madrugada aterroriza a los que pidieron su vuelta. Éstos vuelven a rogar que se marche para siempre. Es una humillación volver a pedir a Dios (o a una pata de mono) que anule el milagro que ha hecho concediéndonos nuestra súplica. Pero es que W. W. Jacobs escribía cuentos humorísticos, y, bajo su apariencia de relato de terror, “la pata de mono” es una risotada sobre la ridícula condición humana. La que reza para que llegue la felicidad y cuando la felicidad llega angustia más, porque la tememos.

La mayoría pedimos al Destino que nos haga felices, pero no absolutamente felices, sino un poco menos. Felices pero rebajados con agua de seltz, para que podamos sobrellevar esa alegría sin quedar devastados en caso de su pérdida. Conozco, por ejemplo, a no pocos hombres que dan una negativa a una chica demasiado impresionante y sexy que los solicita. Porque no están pensando en la posibilidad de tenerla, sino en la posibilidad de perderla. Es menos doloroso no haber tenido nunca lo sublime que haberlo tenido y haberlo perdido.

Cuando algo se mantiene en el intocable ámbito de los anhelos, nada puede mancharlo. El anhelo está hecho de futuro indeterminado y lo mantenemos con todo cuidado en una hornacina, a la que rezamos. Esperamos durante tanto tiempo a que se realice nuestro anhelo que casi dejamos de acordarnos de qué estamos esperando exactamente. ¿Qué debemos esperar de la Providencia? ¿Que desoiga lo que pedimos de rodillas o, por el contrario, que nos hunda en un posible desencanto mandándonos aquello que tanto quisimos, cuando ya está fuera de tiempo, cuando ya lo que hemos querido será incapaz de querernos jamás?
 

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Sobre el autor

José Antonio Martínez-Abarca. Nació una vez en un sitio tan bueno como otro cualquiera. Es lo que antiguamente solía llamarse un "columnista de prensa". Ha publicado demasiado sobre demasiados asuntos en diversos periódicos; pero guarda pocos recuerdos de ello, como si le hubiese sucedido a otro. Puede que, en efecto, fuera otro. Esto es lo primero que escribe sin aplicar la autocensura. Todos los lugares y hechos de este diario serán reales. Sólo se ocultarán algunos nombres por una doble cortesía: hacia el pudor de las señoritas y hacia el vigente Código Penal. Pretendo sólo salvar lo que de valioso hay en cualquier pequeño infierno cotidiano, para hacerlo llevadero y a veces sublime.


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