Lo que me ha emocionado de la Eurocopa de fútbol que acaba de terminar no ha sido ver llorar a Cristiano Ronaldo. Llorar es un alivio y en la desesperación absoluta no hay alivio. Me quedo con una frase de un futbolista italiano, que dijo tras perder contra Alemania: “en unos años nadie se acordará de lo que fuimos, nadie”. Gélido y conmovedor. Algo tiene Italia que hasta sus futbolistas se expresan como en la “Divina Comedia” del Dante.
Los italianos no alcanzaron la belleza que da la Gloria. Eso para un italiano es lo peor que puede ocurrir. Ese futbolista italiano sabía que la auténtica Gloria sólo se roza una vez. Una vez rozada, se pudre la mano como si se hubiese tocado a Dios. Así lo entendió Ramallets, el portero del Barcelona, tras aquella noche de Berna en que perdió la Copa de Europa por su culpa: “me decían que habría más oportunidades, pero yo les dije no, todo ha acabado”. Qué aplomo hay que tener para decir de forma adecuada “todo ha acabado”. Cuando murió Ramallets de viejo hace tres años, España creyó que se trataba de algún tendero catalán. En unos años nadie se acordará de lo que fuimos, nadie.
Me gusta de los italianos que no se conforman sino con lo perfecto. Esa eterna insatisfacción. Que dividan la vida entre lo magistral y la mierda, sin posible término medio. El odio hacia la mediocridad que puede encontrarse incluso en los vagos y golfos de Fellini. Otros deportistas ya estarían pensando en irse a la discoteca a celebrar la derrota, en lugar de hacer frases para la Historia que piden un escultor. ¿Qué hubiese dicho, por poner, Sergio Ramos en “twitter” tras perder contra Alemania? Ser italiano al menos sirve para perder todas las guerras y que ridículo parezca el que las ha ganado.
Sin embargo, hay ocasiones en que la derrota hace sorprendentemente inmortal. Puede ocurrir que se siga recordando a los que perdieron, y no a los que ganaron. El curso del tiempo es muy caprichoso y no parece responder a una lógica. El tiempo no pone a cada cual y a cada cosa en su sitio. Es falso. Mucho de lo que hubiese merecido pervivir se mantiene sepultado para siempre. Seguirá desconocido. Las obras maestras, los genios o las gestas de las que nunca sabremos. Que algo sobreviva al tiempo depende de una serie de casualidades felices. Esas casualidades puede favorecer, también, a los derrotados. A aquellos de los que no se iba a acordar nadie. Cuyas frases y la circunstancia en que fueron pronunciadas se recuerdan cientos, miles de años después.
Las civilizaciones grandiosas quedan normalmente reducidas a un montón de polvillo cálcico, polvo de columna y de estatua. El mismo que puede encontrarse en las playas. Pero una sola frase hermosa puede brillar a través de la oscuridad de los siglos, y, dentro de mil años, llevarnos hasta estos deportistas transalpinos con camiseta azul Saboya que hoy creen que no van a dejar memoria.
Hay algo en el curso de la Historia que, sin que sepamos por qué, se apiada de las palabras más hondas y de quienes las pronunciaron, que aún son recordadas milenios después. Suelen pervivir cuando de todo lo demás que ocurrió, que parecía ir a durar siempre, ya no queda ni el aire que fue respirado.