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Degenerando

Me asombra la increíble transformación física de algunos actores para interpretar determinados papeles. Cómo cuerpos perfectos pueden convertirse, con una velocidad desoladora, en irreconocibles despojos. El entrenamiento para pasar de tener un cuerpo 10 a tener un cuerpo 0 es infinitamente más sencillo que a la viceversa. Sorprende lo rápida que llega la degeneración. Como si el estado natural de las cosas fuese exactamente ese, la degeneración.

He ido estudiando ese proceso degenerativo en mí mismo. Durante decenios, entrené en el gimnasio como un “marine”, cinco días a la semana. Adquirí un cuerpo de atleta de forma natural, sólo vitaminado por ingentes cantidades de cerveza de primera calidad, alimento muscular excelente. Lo hice por coquetería, no por salud. Siempre detesté el movimiento. Es complicado ser decadentista decimonónico y deportista al mismo tiempo. Ya dijo Oscar Wilde aquello de que jamás haría dos cosas: levantarse temprano y practicar ejercicio. Estuve orgulloso de mi voluntad de hierro en algo tan contrario a mi naturaleza, excepto por poseer una adecuada genética. Pero, tras uno de los desastres sentimentales de la vida, sentí que ese cuerpo ya no me pertenecía. Una especie de disociación. No sentía más que el peso de mi cerebro. Dejé de ejercitarme, y hasta de permanecer en pie. “Se está mejor muerto que acostado”, dice el refrán indostánico. Me había vaciado por dentro, de la noche a la mañana. Incluso parte de la memoria se me ha ido vaciando.

El cuerpo se pudre, materialmente, cuando hay una ausencia de ilusión por vivir. Hay una relación directa entre estas dos cosas en apariencia desconectadas. Últimamente se me ha hinchado un pie en forma de pelota; no me puedo calzar. El médico me dijo que eso se debe a que se rompen ciertos huesecillos del pie, o se ven afectados los tendones, por puro estrés psicológico. En otras palabras, por una profunda carencia de proyecto vital. ¡La mente hace que se rompan huesos! De esto se ha escrito poco. El proceso de la descomposición física pasa por varios estadios. Transcurren meses antes de que mires al espejo con miedo y cuando por fin te echas la vista encima, por accidente, ves que te has convertido en esa representación medieval de la fealdad, que era la total ausencia de virtudes, algo que se identificaba en la imaginería con el Demonio.

El proceso no es lineal. Como cualquier agonía, tiene alguna fase de aparente mejora del paciente, que crea falsas esperanzas. Por ejemplo, al abandonar todo ejercicio el cuerpo alcanza, paradójicamente, su máximo punto de definición muscular. El cuerpo humano funciona con información atrasada, con el periódico de dos semanas atrás, si se me permite la expresión. La información que procesa va siempre con retraso. Si uno sufre un acontecimiento estresante, se le caerá el pelo pasado un tiempo. Si uno no duerme bien durante un período, le vendrá el mazazo del agotamiento generalizado unas dos semanas después, nunca de forma inmediata. El organismo acumula, y luego decide.

Sin embargo, una vez que el cuerpo cae en la cuenta de su postración, la degeneración comienza. El cuerpo empieza a devorarse a sí mismo. El entumecimiento y dolor son considerables. El cuerpo va royendo las fibras musculares porque está regresando a la antigua imagen de uno que el organismo tenía “archivada”. Pero es un regreso imperfecto: ha pasado demasiado tiempo y no eres el mismo. El cuerpo, en completa inactividad, sólo vuelve a ser una deformación de lo que uno era hace veinticinco años. Una caricatura grotesca de aquella versión. Como esas tristes criaturas fallidas, ni gusano ni mariposa (un monstruo a medias), que se secan dentro de su capullo por no haber tenido fuerzas para salir.

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Sobre el autor

José Antonio Martínez-Abarca. Nació una vez en un sitio tan bueno como otro cualquiera. Es lo que antiguamente solía llamarse un "columnista de prensa". Ha publicado demasiado sobre demasiados asuntos en diversos periódicos; pero guarda pocos recuerdos de ello, como si le hubiese sucedido a otro. Puede que, en efecto, fuera otro. Esto es lo primero que escribe sin aplicar la autocensura. Todos los lugares y hechos de este diario serán reales. Sólo se ocultarán algunos nombres por una doble cortesía: hacia el pudor de las señoritas y hacia el vigente Código Penal. Pretendo sólo salvar lo que de valioso hay en cualquier pequeño infierno cotidiano, para hacerlo llevadero y a veces sublime.


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