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¡Cuídate!

Hay una palabra específica que utilizan las chicas o ex novias cuando no les importa nada en absoluto lo que sea de tí a partir del siguiente segundo: “cuídate”. Así es exactamente como suelen terminar ellas su último y siempre un poco fariseo mensaje. Antes se decía por teléfono. Hoy, por whattsap. Nunca a la cara. Cuídate. El “cuídate” es el “olvídame” por otros medios. Aunque puedan parecer significados muy distintos, en realidad son idénticos.

Haciendo un exceso, si han permanecido años contigo, las chicas pueden añadirle signos de exclamación al cuídate. Así simulan que les importa un poco lo que sea de ti; al menos, que no te mueras demasiado pronto. Pero preguntar por la salud, en tono maternalista, es para un hombre muy irritante. Porque sabemos que es la última estación antes del definitivo olvido. La próxima vez no te saludarán por la calle. En realidad, nadie añade al cuídate los dos signos preceptivos de exclamación, sino sólo el signo final. El signo de abrir exclamación ha desaparecido del castellano realmente existente, igual que ha desaparecido la “c” de “lazito” (incluso lo he visto con cierta frecuencia escrito con “zeta” en periódicos serios, esa “zeta” zarrapastrosa que parece que al periódico le han hecho un roto).

Decía Houellebecq en su última novela, “Sumisión”, y acerca de una joven amante judía de su personaje central, que éste esperaba cualquier día recibir un correo electrónico donde ella le pusiera las temidas palabras: “he conocido a alguien”. Y desde luego que el personaje recibe ese correo de la amante judía con esas palabras concretas. No falla. Todo hombre recibirá de una mujer las palabras de “he conocido a alguien” alguna vez en su vida, o infinidad de ellas.

Es lenguaje exclusivamente femenino. Un hombre (al menos un hombre con atributos de tío) jamás dirá “he conocido a alguien”. Y tampoco “cuídate”. El “cuídate” viene a ser como esa postura imposible para el varón que las mujeres ponen sin darse cuenta de pie en la calle, cuando adoptan posición de descanso, con uno de sus pies revirado unos ciento cincuenta grados hacia atrás. Algo que sólo pueden hacer, con propiedad, ellas, por la especial disposición de los huesos de la cadera. Al igual que el cúidate, que sólo lo pueden decir ellas por la especial disposición de su mente.

El uso del cuídate no es nunca inocente o aleatorio, como nada de lo que hacen ellas. Saben, aunque se hacen sistemáticamente las sorprendidas cuando se les recuerda, que a un hombre le irrita de forma muy especial que lo despidan de esta forma. Porque ese cuídate es puro “bullshit”, no quiere decir nada (al menos nada bueno) salvo que no se sabe qué poner ni qué decir tras un millón de vivencias compartidas. Y que sobre todo hay mucha prisa porque dejes de dirigirte a ellas por cualquier medio.

Es como si ya no te conocieran. “Yo ya he pasado página”. Otra maravillosa creación de la fábrica de muletillas singularmente femenina. “He conocido a alguien. Yo ya he pasado página. Cuídate”. Había más sinceridad y sobre todo más pasión (que siempre es positiva incluso siendo negativa) cuando te mandaban directamente a la mierda. Un cuídate te convierte en un don nadie a ojos de ellas. Es el fracaso de todas las demás expresiones, cuando han decidido que has significado tan poco en su vida que no se van a tomar la molestia ni de despedirte con una última palabra de verdad. Al vendedor de enciclopedias a puerta fría o al primero que pasa por la calle se le despide con un “cuídate” igual de sentimental. Un “cuídate”, como un simple polvo, se le echa a un pobre.

Cuídate, púdrete.

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Sobre el autor

José Antonio Martínez-Abarca. Nació una vez en un sitio tan bueno como otro cualquiera. Es lo que antiguamente solía llamarse un "columnista de prensa". Ha publicado demasiado sobre demasiados asuntos en diversos periódicos; pero guarda pocos recuerdos de ello, como si le hubiese sucedido a otro. Puede que, en efecto, fuera otro. Esto es lo primero que escribe sin aplicar la autocensura. Todos los lugares y hechos de este diario serán reales. Sólo se ocultarán algunos nombres por una doble cortesía: hacia el pudor de las señoritas y hacia el vigente Código Penal. Pretendo sólo salvar lo que de valioso hay en cualquier pequeño infierno cotidiano, para hacerlo llevadero y a veces sublime.


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