El conocido servicio “street view” de “google maps” acaba de causar sensación mundial por una publicidad engañosa. “Street view” dice mostrar las vistas subacuáticas del Lago Ness en Escocia, invitando a los internautas a que encuentren, aguzando la vista, al presunto dinosaurio antediluviano que aseguran habita las profundidades de ese lago. El buscador “google” poniéndose al servicio de una alucinación. La publicidad engañosa, por supuesto, no consiste en extender entre las mentes impresionables de los jóvenes usuarios de la red la supuesta corporeidad del monstruo. No: es hacer creer que el Lago Ness tiene vistas subacuáticas. No existen tales vistas: Loch Ness es una lengua impenetrable de partículas en suspensión, a prueba de píxeles y de cineastas tercos como Werner Herzog, que acabó haciendo una comedia de su documental sobre este sitio. En el lago Ness no se ve nada de la realidad a dos palmos, ¡como para que “street view” nos muestre una leyenda incomprobable desde un satélite espacial! La superstición tecnológica ha llegado a cosas tan serias como la criptozoología. Por supuesto, yo creo firmemente en monstruos. Probablemente existen allí donde busca “google”, en el lago Ness, pero no en sus aguas, sino en determinado lugar de sus orillas, hacia el suroeste. En los alrededores de cierta mansión del siglo dieciocho, Boleskine House, donde el hombre conocido por “el hombre más malvado de Inglaterra” (y de Escocia) insistió demasiado con la nigromancia -“el asunto se me fue de las manos”, dijo luego- liberando alguna cosa que, dicen entre dientes los pastores de ovejas del lugar, jamás ha vuelto a su encierro…
Postdata: De todos modos “street view”, he comprobado, es excelente para rescatar del país de Nunca Jamás algunos lugares del planeta que creíamos largo tiempo desaparecidos. Por ejemplo, la vista callejera reciente, que adjunto abajo, del mimosamente conservado “Finn´s” de Mullingar, condado de Westmeath, adormilado “pub” de la República de Irlanda. Allí fue donde, sin pedirme el carnet de identidad (es lo que hacía antes la gente civilizada que confiaba en el comportamiento correcto de los adolescentes temerosos de Dios), bebí la primera pinta de cerveza de mi vida, marca “Bass”, inaugurando así una gloriosa trayectoria. Era el día de mi quince cumpleaños, con aspecto físico aproximado de doce. La desesperación, y los componentes naturales de la cebada, siempre me han mantenido, en apariencia, más joven. Aunque tenga la sensación mental de haber pasado ya de los doscientos inviernos.