Ninguna razón de naturaleza democrática justifica la negativa del PSOE a que sus candidatos a la dirección debatan entre sí públicamente. Venga de Princesa (Murcia), venga de Ferraz (Madrid), la prohibición de que los aspirantes confronten sus posturas ante la militancia no tiene un pase, aporta opacidad al congreso, y reduce éste a un simple recuento de votos en función de otras cosas (amistades, simpatías, corazonadas), que poco tienen que ver con argumentos políticos. La tradicional excusa de que los trapos sucios se lavan en casa desmerece a quien la utiliza, al tiempo que convierte a los afiliados en sujetos pasivos hasta el momento de pasar por las urnas. En todo caso, y si el miedo a la mirada ajena constituye el único motivo para impedir los debates, ¿por qué no se organiza un careo a puerta cerrada en el mismo congreso, de forma que los delegados se hagan una cabal idea de lo que cada candidato sugiere?
Algún día, PP y PSOE, empujados por movimientos como el 15-M, o por las encuestas del CIS (donde los partidos siguen figurando como un problema en España, no como una solución) se darán cuenta de su error, abrirán la puerta a la gente, y reformarán sus estatutos, primero, y la Ley Electoral, después, para que los debates sean obligatorios. Estoy seguro.