Algún día nos preguntaremos, desde el infierno, por qué desaprovechamos a gente como Francisco Jarauta
Cuando el desmoronamiento social ya no tenga vuelta atrás, y llegue el lloro y el crujir de dientes, habrá que preguntarse desde el infierno por qué desaprovechamos a gente como Francisco Jarauta. Quizá la respuesta se contenga en la lúcida lección magistral que el profesor nos regaló el otro día en El Batel: «Hemos dejado el presente en manos de contables». Es verdad. Nos gobiernan contables, obsesionados por cuadrar los números, y una tribu de políticos empeñados en aferrarse, o en encaramarse, al poder. «Encuentro a muchos tontos al servicio del PP y del PSOE», advertía ayer mismo en su conversación con Antonio Arco el editor Mario Muchnik, menos comedido que Francisco Jarauta.
No es infrecuente que los gobernantes caigan en la tentación de despreciar el talento que pulula a su alrededor para rodearse de aduladores que les bailan el agua. Mientras que las mejores universidades del mundo reclamaban escuchar a Jarauta, aquí la clase dirigente se tapaba los oídos, y le colgaba etiquetas -algunas, indecorosas- con las que acallar su verbo clarividente. Se le ignoraba, como en su día se orilló a Miguel Espinosa, reconocido por la literatura como uno de los grandes narradores del siglo XX en España, pero a quien en Murcia se fustigó con denuedo porque su crítica social resultaba insoportable para la clase acomodada sobre la que tanto ironizaba el novelista de Caravaca. En 1990, ocho de los catorce diputados del PP votaron en la Asamblea Regional contra la concesión a Francisco Rabal del título de Hijo Predilecto de la Región debido a su ideología comunista. Era un rojo entre azules, y eso pesó más en aquellos mediocres parlamentarios que la murcianía militante y la proyección universal del actor. Al poder le asusta el pensamiento crítico, no lo quiere a su lado. No hay sitio en las instituciones para los librepensadores, como tampoco un espacio para la discrepancia.
Jarauta evocó a Sócrates en su plática de El Batel, para advertir de que la filosofía no da respuestas pero sí ayuda a formular los interrogantes necesarios para mantener la dignidad en momentos en los que la incertidumbre acongoja tanto. Tal vez deberíamos aprovechar la sugerencia, tomar nota de la lección magistral del profesor, y preguntarnos qué hacer en el futuro para conseguir entre todos que intelectuales de la talla de Francisco Jarauta y Miguel Espinosa nos ayuden con sus luminosas reflexiones a salvar a la sociedad, como Platón a la ‘polis’, antes de que ésta caiga definitivamente en manos de los contables.