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Joaquín García Cruz

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Cabe preguntarse, de la mano de José María Jover, si en 31 años de autonomía hemos avanzado en la gestación de una conciencia común

Para festejar la celebración, este domingo, del Día de la Región, me he regalado la lectura de ‘Cartagena y Murcia. Sueño y realidad’, de José María Jover (1920-2006). Editado por la Universidad de Murcia, el libro recopila en 400 páginas artículos periodísticos, ensayos y discursos que su colega y amigo Javier Guillamón ha seleccionado del legado de Jover, historiador, profesor en Madrid y Valencia, ‘honoris causa’ por la UMU, Medalla de Oro de la Región e Hijo Predilecto de Cartagena. José María Jover es una autoridad indiscutida en el estudio de un pueblo -nosotros-, retratado por Caro Baroja como ‘una mezcla de las estructuras sociales levantinas y las estructuras espirituales andaluzas’, y al que Jover considera, con sobrados argumentos historiográficos, ‘individualista’ y ‘apartadizo’, además de preguntarse, parodiando a Cánovas del Castillo, si no seremos murcianos «los que ya no podemos ser otra cosa».
Me parece ésta una reflexión sugestiva, y conveniente, en la víspera de la fiesta autonómica. Desde la aprobación del Estatuto en 1982, no hemos dejado de apelar a la condición fronteriza para explicar lo que no somos: ni castellanos ni andaluces ni valencianos. ¿Cómo somos, entonces? Jover recurre a uno de los más bellos poemas de Raimon -que fue su alumno en Valencia, por cierto- para lamentar que integramos una comunidad todavía por construir (‘d’un país que mai no hem fet, cante les esperances i plore…’); es verdad que fue en 1977 cuando Jover estableció esta analogía entre Murcia y aquel embrionario ‘País Valenciá’, pero sería absurdo negar su vigencia aún hoy, como de necios sería ignorar el fenómeno -único en España- que el profesor denomina ‘retracción de los limites territoriales’, iniciado en el siglo XIV con la segregación de la Vega Baja del Segura y que se remató con la pérdida mucho más reciente y arbitraria de la provincia de Albacete, que vino a truncar para siempre lo que el historiador llama ‘la utopía suresteña’.
El libro dedica un amplio capítulo a los insurgentes del Cantón de 1873 en Cartagena, de los que advierte que «no se levantaron movidos por un patriotismo localista ni por un afán de independencia, sino motivados desde la raíz por una utopía política y social que estimaban válida para todos los españoles». Y con parecida amplitud se recrea en la ‘Cansera’ de Vicente Medina, donde Jover pone el acento en la ‘sendica’ que su anónimo protagonista se niega a recorrer, prisionero de un abatimiento insoportable («No te canses, que no me remuevo; anda tú si quieres, y éjame q duerma…»).
Cabe preguntarse, al hilo de estas y otras consideraciones de Jover, si en 31 años de autonomía hemos avanzado algo en la gestación de una conciencia colectiva o si, por el contrario, nos hemos dejado llevar por la inercia de la historia -de nuestra particular historia- y sigue habiendo, otra vez en palabras de José María Jover, tantas Murcias como campanarios, tantos localismos que resulta imposible la constitución de una identidad común.

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