Sorprende la pasividad con que el Gobierno regional se aplica en la guerra santa contra el déficit

«No conozco la clave del éxito, pero sé que la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo» (Woody Allen)

Circula por ahí una plataforma, Auditoría Ciudadana de la Deuda (PACD), nacida con el propósito de arrancar de la clase política una herramienta que permita a la gente repudiar el déficit público irresponsablemente contraído por los gobernantes. Me temo que sus promotores se estrellarán una vez más contra la opacidad de la Administración, y de antemano lo lamento. Los términos ‘deuda pública’ y ‘déficit público’ conciernen directamente a nuestro bolsillo, por más que puedan parecernos de otra galaxia. Al término de 2012, cada murciano debía 8.647 euros por la deuda acumulada de la Comunidad Autónoma, una fortuna a la que hay que sumar otros 318 euros anuales de intereses (también per cápita), y eso contando solo a los trabajadores ocupados. La Administración funciona como cualquier economía familiar: si gasta más de lo que ingresa (déficit), se ve abocada a pedir un crédito (deuda), además de tener que estrecharse el cinturón (recortes); la ecuación se complica en la medida en que los bancos reservan gran parte de su escaso dinero disponible a atender las necesidades de las administraciones, en perjuicio de empresas y familias. A estas alturas de la crisis, contener el déficit no es un capricho de Angela Merkel, ni un debate ideológico útil, sino una necesidad imperiosa. La insistencia de Valcárcel en su discurso de que prefiere atravesar la línea roja del déficit antes que cerrar un colegio o un hospital suena a música celestial, pero la Fundación de Estudios del BBVA acaba de advertirle de que la tímida recuperación de la economía regional prevista para 2014 (un 0,3% del PIB) está supeditada a que Murcia cumpla el objetivo. De ahí que sorprenda -tanto como preocupa- la pasividad con que el Gobierno regional se aplica en la guerra santa contra el déficit, y el hecho de que no aclare cómo reducirá el desfase galopante de sus cuentas, que en solo siete meses se ha disparado hasta el 1,48% del PIB, a solo once centésimas del tope permitido. Esto de echarse a dormir plácidamente con las ovejas cuando ya se oye tan de cerca el aullido del lobo, esta ‘ilusión fiscal’ en la que se ve sumida a la Comunidad Autónoma, es para muchos una irresponsabilidad política -con aviesas intenciones electoralistas-, y para otros una estrategia incomprensible pero de todo punto temeraria. Esperemos que Valcárcel y Juan Bernal estén en lo cierto, y que las filípicas de Merkel, las admoniciones de Montoro, la ocurrencia de Woody Allen y la previsión del BBVA sean solo papel mojado.