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Joaquín García Cruz

Menuda política

Tres viajes a ninguna parte

Deberíamos ir más a la Asamblea Regional. Suceden allí cosas interesantes, como cuando Valcárcel mostró la semana pasada un periódico de 1935 en el que ya se hablaba de un aeropuerto en Corvera (para recordar que Zamora no se tomó en una hora), o cuando en otra sesión dedicada al ferrocarril el diputado Juan Guillamón concluyó que no se debe culpar solo a Rajoy del atraso histórico del tren en Murcia, sino también a Zapatero, y a todos los gobiernos de España desde que Narváez estrenara en 1848 el Ministerio de Fomento. Guillamón reforzó su tesis evocando ‘El viaje a ninguna parte’, la película en la que el cómico que interpreta Fernando Fernán Gómez grita «¡Me cago en el padre de los hermanos Lumière!», para lamentar que su oficio languidecía a manos del cinematógrafo. ‘El viaje a ninguna parte’ era el mejor trasunto posible para ilustrar un debate parlamentario sobre el ferrocarril, por la melancolía que rezuman tanto la película de Fernán Gómez como nuestro pobre ferrocarril. Murcia, la sexta ciudad del país, recibirá el AVE con las vergüenzas de su estación al aire, y la variante de Camarillas está en los Presupuestos Generales del Estado desde los años 80, sin que nunca termine de realizarse; entra y sale de los Presupuestos como Pedro por su casa: se aprueba, se enmienda, se transacciona, decae, se desliza. PP y PSOE prometen Camarillas en todas sus campañas electorales, cuando están en el Gobierno, y con idéntica temeridad critican luego desde la oposición que no se haya construido.
En Murcia tenemos ya un aeropuerto sin aviones, una autovía que desemboca en un bancal, y una variante ferroviaria que lleva haciéndose desde que Franco era cabo. De esta trilogía, lo más grotesco no está necesariamente en Corvera. El aeropuerto tenía toda su lógica cuando se adjudicó en 2007, porque entonces San Javier cerraba por la noche y a primera hora de la mañana (con el fin de que los vuelos civiles no perturbasen las prácticas de la Academia General del Aire), y El Altet quedaba lejos para los numerosos británicos y alemanes que vendrían en masa a jugar al golf en Marina de Cope. Tan vergonzoso resulta hoy un aeropuerto sin aviones como una autovía que muere en un bancal de lechugas y una variante inacabada después de 30 años de promesas. Las tres obras mueven por igual a la risa, como la película de Fernando Fernán Gómez, y las tres te llevan también de viaje a ninguna parte. Pero no culpemos a Narváez, ni maldigamos al padre de los hermanos Lumière. Para identificar a los guionistas de estos sainetes no hace falta remontarse a las guerras carlistas.

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