Me imagino al sargento de la Marina de los Estados Unidos de América Richard Taylor en un búnker del desierto de Arizona, devorando una hamburguesa XXL rebosante de ketchup. Taylor es un espía electrónico. Sus Google Glass le permiten ver en directo las cabriolas de un rapero en Brooklyn al tiempo que escucha las aburridas historias que los aliados europeos se cuentan por el móvil sobre rescates, ‘bunga-bungas’ y recesiones. El software utilizado por la NSA (la Agencia Nacional de Seguridad) para interceptar millones de teléfonos y correos electrónicos acaba de activar un código de alerta en el ordenador del sargento Taylor, obligado en estos casos por el reglamento a dejarlo todo, incluida su ingesta de colesterol, para desencriptar un diálogo que podría resultar preocupante y en el que Ramón Luis Valcárcel, el presidente de una región ignota cercana a Marruecos pero también la quinta autoridad de la Unión Europea, habla con Mariano Rajoy acerca de ‘la guerra del Tajo’. El software se vuelve loco al cruzar las palabras ‘guerra’ y ‘Tajo’, por si acaso España estuviera planeando un ataque sobre Portugal (maniobra que habría pasado inadvertida para la CIA), y corresponde al sargento Taylor descifrar certeramente la peligrosidad de dicha conversación. Valcárcel ya figuraba en la lista de prioridades desvelada por el traidor Snowden desde que en 2007 denunció que Barreda enviaba a Murcia aviones espía para fotografiar piscinas abastecidas con caudales del Trasvase en plena sequía, y que Cristina Narbona recurría a satélites rusos con el fin de hallar agua a 4.000 metros de profundidad. Los términos ‘aviones’, ‘espía’, ‘satélites’, ‘rusos’ y ‘guerra’, metidos todos en la minipimer de la NSA, justificaban que a Valcárcel se le diera el mismo dudoso trato que a Merkel.
El presidente regional está siendo espiado desde el desierto de Arizona, no hay duda. Eso explica que hayan trascendido sus andanadas a ‘La Verdad’ durante una reciente Junta Directiva del PP, así como la grabación de una charla entre fontaneros de San Esteban -quién sabe si a manos del mismísimo Snowden-, en la que uno de los presentes -con mando en plaza- previene también contra los ataques de este periódico «a nuestra empresa» (¿?).
Pero a Valcárcel le da igual que la NSA lo tenga ‘pinchado’. Está curado de espanto desde que vio su nombre en la transcripción de una investigación sobre un supuesto pelotazo (que quedó en nada), solo porque los sospechosos se habían citado en el hotel NH Amistad, y el guardia civil actuante, en un alarde de perspicacia, anotó junto al diálogo de los ‘malos’ que éstos se habían reunido «a escasos metros del despacho del presidente de la Comunidad Autónoma». Y eso, sin las Google Glass ni más software que una grabadora de las de toda la vida. Te ríes tú del sargento Taylor.