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Joaquín García Cruz

Menuda política

Una playa en Aledo

A la crisis y a los jueces debemos que no se hayan perpetrado auténticas barbaridades

Me alegro de que el Tribunal Supremo haya anulado el Plan General de Ordenación Urbana de Aledo, en confirmación de un fallo anterior del Tribunal Superior de Justicia (TSJ). La razón esgrimida por los magistrados es, en ambos casos, que no está acreditada la disponibilidad del agua necesaria para atender «el modelo de enorme crecimiento de población previsto». De haber prosperado el Plan General en los términos en que el Ayuntamiento lo aprobó en 2005, Aledo, el pueblo con menos habitantes de la Región junto con Ulea y Ojós, habría quintuplicado su censo poblacional, que ahora ronda el millar de almas, merced a la construcción de 4.850 viviendas unifamiliares que se venderían acompañadas de un hotel, un centro comercial… y una cristalera gigantesca con una playa artificial dentro, un balneario y una galería comercial.
¡Una playa artificial en Aledo! Si el delirio de grandeza estuviera en el ordenamiento jurídico, el Supremo y el TSJ habrían añadido la megalomanía a sus consideraciones jurídicas con las que han tumbado el Plan. Ni al que asó la manteca se le ocurriría poner una playa en las estribaciones de Sierra Espuña. A Aledo se va a disfrutar de uno de los pueblos más acogedores de Murcia, de su gente, del frío, del Auto de los Reyes Magos, de unas migas con tropezones, del Pinito del Oro y del castillo, en cuya Torre del Homenaje cuenta la leyenda que Alfonso X el Sabio escribió algunas de sus Partidas. O a contemplar el Estrecho de la Arboleja, un cañón de medio kilómetro empapado en agua y del que parte la que se considera la ruta geológica más notable de la Región. Pero no me imagino a los turistas, ni a los aledanos, ascendiendo en una caravana de coches por las faldas de la sierra camino de una playa artificial con guardacoches, ‘burger’ y una tienda de bañadores. «Podéis tener Retiro, Casa Campo y Ateneo, podéis tener mil cines, mil teatros, mil museos, podéis tener Corrala, organillos y chulapas, pero al llegar agosto, ¡vaya, vaya!, ¡aquí no hay playa!», le cantaban ‘Los Refrescos’ a los alcaldes de Madrid en los años noventa, y a ninguno de ellos se le ocurrió nunca ‘fabricarla’ en Navacerrada.
Si echáramos la vista atrás, y dibujáramos en el mapa autonómico todas las barbaridades que se proyectaron cuando los perros se ataban con longaniza, nos llevaríamos las manos a la cabeza. O nos taparíamos los ojos, para no ver lo que se nos pondría delante: una playa artificial en Sierra Espuña, chalés de lujo sobre el humedal de Lo Poyo, supermercados en Calblanque y un tren aéreo entre Murcia y Molina de Segura (con parada en el campus de Espinardo).
En algo deberíamos estarles agradecidos a la crisis y a los jueces.

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