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Joaquín García Cruz

Menuda política

El increíble político menguante

¿En qué momento la ropa se le quedó ancha a Valcárcel, como a Scott Carey, y su talla empezó a encoger?

 

‘El increíble hombre menguante’, una película en blanco y negro que cautivó a la juventud estadounidense de los años 60, cuenta cómo Scott Carey se percata un día frente al espejo de que ha empezado a empequeñecer. Centímetro a centímetro, proporcionalmente, y al principio de forma perceptible solo por la holgura repentina de su ropa, un hombre feliz que lo tiene todo (casa, mujer, trabajo, amigos) sufre un calvario atroz para el que la medicina, atónita, no halla otro remedio que la fabricación de una antitoxina capaz al menos de frenar el sorprendente encogimiento de Scott Carey.
Paul Auster evoca entusiasmado la película en su ‘Informe del interior’, el último retazo de su autobiografía publicado en España , porque el escritor formó parte de aquella generación de niños a la que tanto fascinó ‘El increíble hombre menguante’. Al final de su relato, con un Scott Carey ya reducido al tamaño de una hormiga, Paul Auster transcribe una parte del monólogo del protagonista, que conduce la narración durante toda la película: «Seguía haciéndome más pequeño. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta llegar a lo infinitesimal? ¿Qué era yo?». Al recordar aquel filme de la mano de Paul Auster, me viene a la memoria lo grande que fue Valcárcel para muchos de los que hoy lo critican, y no deja de asombrarme cuán diminuto se le contempla ahora. Me pregunto en qué momento de sus diecinueve años en el poder la ropa se le quedó ancha, como a Scott Carey, y su talla política comenzó a encoger. Resulta difícil situar en el tiempo el momento en que Valcárcel pasó de romper todos los techos imaginables, y de enfundarse las más brillantes vitolas que puede lucir un gobernante (la de un respaldo electoral ilimitado, la del crecimiento económico, la de todos los pactos sociales posibles, la de la conversión de caminos de cabras en autovías, la de la defensa del agua), para transformarse en una pulga política, y veo que muchos de los que hoy le atacan fueron antes palmeros de sus aciertos, pero también cómplices de sus errores. El protagonista de la película termina confinado en una casa de muñecas, donde su mujer lo recluye para evitar un aplastamiento accidental, y hasta huye aterrado de su propio gato familiar, al que Care, desde su insignificancia, ve tan gigante como si fuera un cíclope. Nadie duda de que Valcárcel deja una región peor en muchos aspectos de la que cogió en 1995, pero la suya es una trayectoria de más tiempo, y parece justo advertir, ahora que se va, que muchos de los que lo acechan con la ferocidad de un monstruo fueron hasta hace cuatro días sus dóciles animales de compañía, prestos siempre a la caricia del amo que los alimentaba.

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