Al emperador lo sacó la guardia pretoriana de detrás de una cortina, y al final murió como un estratega brillante y querido por su pueblo
Tiberio Claudio César Augusto Germánico murió como un estratega brillante y amado por su gente, pero la guardia pretoriana de Roma lo había designado emperador porque confiaba en que su frágil personalidad y la cojera y la tartamudez que sufría hicieran de él un gobernante manipulable; y porque, asesinado también su sobrino Calígula, ya no quedaban en la familia más varones adultos de los que echar mano. ‘Yo, Claudio’, la serie de TV que popularizó la vida de aquel apocado emperador, se utiliza a menudo como paradigma de los políticos venidos a más. Qué sería de la política sin la metáfora. Después de que el PP europeo apostara la semana pasada en Dublín por el candidato de Angela Merkel para presidir la Comisión Europea (el luxemburgués Jean-Claude Huncker), dejando en la estacada al francés Michel Barnier, Le Monde publicó la noticia con un titular -‘Merkel arma a su caballero’- que sugería tanto el orgullo herido de Francia como el papel de comparsa de la canciller alemana que los estadistas conservadores juegan en Europa. También Valcárcel armará esta tarde a su caballero de San Esteban ante la dirección regional del PP, como colofón a un proceso que desde el principio estuvo igualmente trufado de parábolas y giros semánticos. El propio Valcárcel abrió el serial, al proclamar en su momento que él no patrocinaba a ninguno de los dos candidatos iniciales, Pedro Antonio Sánchez y Juan Carlos Ruiz, que cualquiera de ambos sería un magnífico jefe del Gobierno, y que el PP elegiría democráticamente al sucesor: tres metáforas de golpe. El poncio Bascuñana ordenó anteayer que todos los navegantes del PP llevaran sus barcos «al puerto que el almirante Valcárcel diga», y no sabe uno bien (ahí está el enigma) si quería decir ‘¡quieto todo el mundo!’, o ‘arrieros somos, y en 2015 nos veremos’. Preguntada en Madrid por el parto de Murcia, María Dolores de Cospedal tiró de manual y dijo que «el PP tiene muchas personas y muchas opciones» para suceder a Valcárcel, algo cuando menos discutible si se mira la composición del Grupo Parlamentario Popular, donde los presidenciables con opciones de verdad y un perfil adecuado eran -digámoslo sin rodeos- habas contadas. Ahora podría darse la circunstancia de que, para evitar guerras en el PP que pudieran resultar cruentas como las intrigas de la Roma antigua, Valcárcel no se hubiera inclinado por el mejor de entre los posibles, sino por un diputado dócil y de su máxima confianza personal, que se mantenía discretamente oculto tras una cortina, de la misma guisa en que los pretorianos encontraron a Claudio un minuto antes de decidir, espadas en mano, que él sería el nuevo emperador.