El presidente del PP sorprende a su partido con una teoría conspirativa
Al poco de la destrucción de las Torres Gemelas, se dio pábulo a una teoría conspirativa (el movimiento 9/11, ‘la verdad sobre el 11S’), según la cual el Gobierno de Bush habría urdido la tragedia del World Trade Center para justificar la invasión de Irak. Noam Chomsky, uno de los pensadores contemporáneos más lúcidos y más críticos con la política exterior de Estados Unidos, encabezó una corriente de opinión encargada de convencer a la sociedad americana de que ‘la verdad sobre el 11S’ era una falacia, y de explicarle que, a diferencia de una conspiración (algo que se puede probar), la teoría conspirativa se aloja solo en mentes calenturientas. Felipe II achacó la leyenda negra de su reinado a una conspiración -nunca demostrada- de los judíos sefardíes expulsados del Imperio por los Reyes Católicos, que habrían maniobrado contra el monarca en su afán por vengarse. Mucho tiempo después, Franco alimentó hasta el final de la dictadura su célebre teoría de una conspiración judeomasónica y comunista, que invocó por última vez el 1 de octubre de 1975 ante una multitud congregada en la Plaza de Oriente para teatralizar el respaldo popular a un régimen que daba ya, como el propio Franco, sus últimos estertores. El viernes pasado, Ramón Luis Valcárcel acuñó también una teoría conspirativa, y la propagó entre los suyos en lo que algunos de éstos confiesan que percibieron como un antes y un después en su trayectoria, el rubicón que separa la fortaleza de la fragilidad, la realidad de la fantasía. El final de un liderazgo. Valcárcel reunió de urgencia y en secreto al Comité Ejecutivo Regional del PP y le previno contra un contubernio. En lugar de analizar la depresión en que está sumido el partido, y retomar la iniciativa con medidas regeneradoras -que hasta Rajoy acaba de formular-, lanzó un mensaje numantino. Vienen a por nosotros. El imperio electoral labrado en Murcia con tanto esfuerzo desde 1995 se ve amenazado por una maquinación de la Fiscalía, el PSOE y los periodistas. La imputación de tres de sus consejeros y del delegado del Gobierno en el ‘caso Novo Carthago’ responde a intereses espurios y a insidias, ante las que el partido no debe dejarse avasallar. Prietas las filas y firme el ademán. Una soflama turbadora, apocalíptica y delirante. Cuentan algunos de sus colaboradores, apenados, que Valcárcel ya no se rige por el bien del partido, sino que lo conduce al atolladero, y otros -los más benevolentes- sostienen que se ha ido tan lejos que no ve lo que está pasando en Murcia y por eso recurre a la imaginación.