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Joaquín García Cruz

Menuda política

'¡Usted no sabe quién soy yo!'

Conozco bien a los guardias civiles. He vivido en sus casas-cuartel. Atesoro en la memoria recuerdos indelebles como el de verlos regresar a lomos de sus caballos polvorientos cuando caía la tarde y sus hijos salíamos al encuentro de ‘la pareja’. Jamás olvidaré la estampa de un juez de paz elogiando con megáfono, como si fuera un vendedor de peines, la sagacidad de un pequeño grupo de guardias rurales en el esclarecimiento de un asesinato que había conmocionado al pueblo y que parecía inescrutable. O aquella otra de un cacique de la zona que, todo indignado, se plantó en el patio del cuartel y espetó al comandante de puesto, después de que uno de sus guardias lo denunciara por sorprenderlo en época de veda con la escopeta aún humeante: «¡Usted no sabe quién soy yo!». Fui testigo privilegiado de cómo guardias civiles de Murcia se avergonzaban de Tejero mientras sacaban los fusiles del armero de la Comandancia en la noche del 23-F, en cumplimiento de una orden recibida, y en Alicante les vi llorar amargamente al observar cómo se llevaban detenidos a unos compañeros por su complicidad con el contrabando. En mi casa fue donde conocí a García Lorca, dado que en la escuela era una lectura prohibida, y de esa forma descubrí de niño la hermosura de sus versos, sin que a nadie en mi familia se le ocurriera censurarme el brutal Romance a la Guardia Civil Española (‘Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras…’). Los conozco bien. Franco denigró a los guardias civiles -con un maltrato salarial que duró toda la Dictadura-, porque se habían mantenido mayoritariamente leales a la República, que era el régimen legítimo cuando el general se levantó en armas. La Agrupación de Tráfico se creó para poner coto a la corrupción rampante del cuerpo que la precedió, cuyas ‘mordidas’ a pie de carretera resultaban escandalosas. Un vistazo a la historia de España basta para saber cuánto ha soportado la Guardia Civil, desde los asesinatos terroristas hasta las miserables condiciones de vida en aquellas casi legendarias casas-cuartel, desde la afrenta de tener a un ladrón como director general del Cuerpo hasta los chistes más ridiculizantes, pasando por una leyenda negra en torno al ‘maqui’, que se nutre de verdades pero también de mucha politiquería. Todo lo aguantan los guardias civiles. Todo, menos que alguien a quien han pedido el DNI en un control les suelte: «¡Usted no sabe quién soy yo!». Hay que ser chulo, y muy tonto del haba.

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