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Joaquín García Cruz

Menuda política

El rostro de Teresa

Estoy de acuerdo con el maestro de periodistas Javier Darío Restrepo, uno de los escritores más celebrados de Colombia, para quien mostrar el rostro de las víctimas de una tragedia resulta, en según qué casos, de dudosa ética. El contagio por ébola de Teresa Romero abre otra vez este recurrente debate, tan estimulante como difícil de zanjar y jalonado siempre de contradicciones que el ordenamiento jurídico no ayuda a resolver. La enfermera gallega tiene el derecho legal a que se proteja su intimidad para no ser estigmatizada si al final gana la feroz batalla que libra contra el virus, aunque el llamamiento en las redes sociales a preservarla de las cámaras y de los partes médicos entra en colisión con la figura de su marido posando una y otra vez para los fotógrafos desde su ventana del Carlos III, y se compadece menos aún con la petición absurda de algunos animalistas para resguardar no solo la vida, sino también la imagen del perro Excalibur. Javier Darío cuenta que al escribir sobre un pueblo habitado solo por viudas -las únicas supervivientes de un conflicto armado- se vio repentinamente impelido a indagar en las razones del conflicto que tantas víctimas había causado, en lugar de recrearse, como era su intención original, en el desconsuelo de las mujeres. Nada hay más explicativo de cualquier manifestación humana -de dolor, de rabia, de miedo- que la mirada de su protagonista, pero un fotograma robado de Teresa Romero enchufada a una mascarilla de oxígeno viene a dar la razón a Javier Darío Restrepo. Es una imagen gratuita, rayana en la indignidad. La recuerdas feliz, jugando con su mascota antes de contagiarse, y la imaginas después apagándose en su habitación de aislamiento, o ves en televisión cómo un negro cae fulminado sobre un charco en una calle de Sierra Leona, cerca de otros cuerpos igualmente inertes y abandonados, y enseguida comprendes el sufrimiento de las víctimas. No hace falta mostrar la cara achacosa de Teresa Romero para vislumbrar la virulencia del ébola. Está en lo cierto el escritor colombiano. Es el rostro de los verdugos -pederastas, terroristas, corruptos-, y no el de sus víctimas, el que conviene airear, razón por la cual resulta oportuno estos días rescatar del archivo la imagen de los consejeros de Caja Madrid que dilapidaron en juergas sus tarjetas ‘black’. Ellos son los malos, y a ellos corresponde ahora arrostrar la vergüenza de ser exhibidos como espantajos para escarnio general, y asumir el riesgo, más que probable, de que la gente los tome por golfos.

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