Poca razón tienen los pedáneos y demás afiliados del PP amostazados estos días por la designación a dedo de los candidatos del partido. O poca memoria. El congreso nacional de los populares de 1990 no se recuerda por la hondura de los debates, sino por una imagen para la historia. Manuel Fraga corrió impetuoso hacia el atril, hizo añicos una carta de dimisión sin fecha que le había confiado Aznar, y su rugido se oyó en toda Sevilla: «¡Ni tutelas ni tutías!». Después levantó el brazo del joven vallisoletano que más tarde presidiría España, y fue así, y no a través de unas primarias, como nació el líder más sólido que jamás ha conocido el PP. Quienes reclaman hoy en Murcia su derecho a participar en la elección de candidatos deberían recordar la génesis de su partido. O mudarse de barrio.