Toda su fortuna no le bastará al troglodita millonario Donald Trump para levantar cabeza. Está aniquilado. Me resisto a creer que Estados Unidos votaría a un presidente capaz de declarar que los mexicanos cruzan la frontera para vender droga y violar a las mujeres yanquis, un exabrupto que otros republicanos más sensatos le afearon enseguida sin remilgos. En un debate televisado entre los candidatos a la nominación de su partido para las presidenciales de 2016, Donald Trump soltó otra lindeza igualmente censurable y censurada. La presentadora Megyn Kelly, de la cadena -conservadora- Fox News, preguntó a Trump en el plató si mantenía o deseaba matizar su afirmación de que las mujeres que le caen mal son «cerdas gordas, perras y marranas». Lejos de retractarse, Donal Trump respondió ante las cámaras: «Lo que digo es lo que digo y, si no te gusta, lo siento». No tenía nada que rectificar. Los desvaríos le habían salido de dentro, eran una plasmación de su alma ultramontana, que irradia xenofobia y machismo. Si Trump ganara las elecciones (Dios no lo quiera), los mexicanos y las mujeres vivirían peor en Estados Unidos. Más parece, por su acerada verborrea, un peligro público que un charlatán propenso a los calentones.
Donald Trump me ha recordado esta semana al nuevo alcalde de Cartagena, y todavía me cuesta discernir si las patochadas de Trump son más embarazosas, o menos, que las andanadas de José López contra «la grey murciana que nos dirige». Invitar a los cartageneros «a colapsar la Arrixaca» es una imprudencia. «Desear» que el hospital del Rosell siga cerrado «la próxima vez que haya un incendio en la Asamblea Regional» (a la que ya se le metió fuego en 1992), una barbaridad. Denunciar que a las niñas de Cartagena «se les vacuna con un remanente que no se regaló ni al África subsahariana», una mecha social rellena de pólvora. Y acusar a los gobernantes (de Murcia) de «matar a cartageneros», una irresponsabilidad. Al igual que hizo Trump, José López no ha querido después retractarse de sus palabras incendiarias, no las ha argumentado con datos que apoyen siquiera ligeramente la gravedad de sus diatribas, y tampoco se ha avenido a desautorizar las cifras de la Consejería de Sanidad, que -a falta de otra fuente mejor- ponen negro sobre blanco una realidad sanitaria en Cartagena que sin duda es mejorable, pero en ningún caso africana. Ítem más: los números de la Consejería sitúan al área de Salud II (Cartagena, La Unión, Mazarrón y Fuente Álamo), la zona geográfica supuestamente castigada por la «grey» política de Murcia, por encima de la media regional -durante los últimos cinco años- en inversión media por habitante, en tiempo de espera para operarse y para ser atendido en las consultas especializadas y en camas por cada mil habitantes.
La genética lo explica casi todo. La revista de la Royal Society briánica acaba de publicar un estudio que apunta a la posibilidad de que los genes puedan influir también en nuestras ideas políticas. Un equipo de la Universidad de Singapur dirigido por Richard P. Ebstein analizó el genoma de 1.771 estudiantes de la principal etnia china y obtuvo una conclusión, aún preliminar, que mantiene expectantes a genetistas y sociólogos: el gen DRD4, que juega un papel en la transmisión de la dopamina, podría intervenir también en la afinidad política del individuo, de tal suerte que ser de izquierdas o de derechas pudiera tener que ver con una variable de ese gen que todos portamos, el DRD4. De consolidarse esta curiosa investigación, entenderíamos mejor las bravuconadas de Donald Trump y su obstinación en no enmendarlas, y sabríamos también que difícilmente modularía en el futuro el discurso extremista que acompaña a sus declaraciones. Es mejor pensar que las salidas de tono en las que el alcalde de Cartagena se ha prodigado esta semana responden a un calentón agosteño, que se pasará con el calor, y no a un populismo excluyente contenido en su carga genética o impulsado por resortes electoralistas.