Malgastan munición quienes asaltan el Consejo Interuniversitario para derrotar a la UCAM. El enemigo a batir no es la UCAM, sino las dudas sobre la calidad de la docencia, una sombra que oscurece las virtudes de la universidad católica pero también las excelencias de las universidades públicas. El asunto es tan claro como evidente resulta el riesgo de que la enseñanza superior pierda prestigio social a manos de las disputas políticas. Al Consejo Interuniversitario (después de todo, un ‘órgano consultivo’) deberían pertenecer solo cualificados expertos, sabios y juristas que garanticen la cordura de sus resoluciones, establezcan la idoneidad de las nuevas titulaciones y, así, configuren un mapa universitario que responda al interés general y no al ánimo de lucro ni a doctrinas ideológicas.