Se llamaba Álvarez y era un epítome del conocimiento. Un libro inolvidable. Muchas generaciones se instruyeron en lengua, geografía, historia y ciencias naturales con aquel único tomo que llevaban al colegio, junto con un cuaderno de caligrafía, otro para los números y una caja de lápices Alpino. Hasta las familias más pobres podían permitírselo, porque ir a la escuela era barato. Hoy, los libros de texto resultan tan gravosos que la Asamblea ha instado al Gobierno a darlos gratis a todos los niños, sin tener en cuenta el poder adquisitivo de cada cual. El error costará 40 millones y podría evitarse excluyendo a quienes van sobrados, para concentrar el esfuerzo en los hogares que realmente necesitan estas y otras ayudas para que no les corten la luz. La progresividad, en esto como en los impuestos, es más justa que el ‘buenismo’ político.