El crimen machista de Beniel deja una mujer muerta y dos criaturas destrozadas: una niña de cuatro años, que salió de su casa asida a una muñeca, y su hermano, de siete, que cargaba una mochila escolar cuando una capitana de la Guardia Civil los cogió suavemente de la mano para alejarlos del horror. Caminan por la vida con la mirada, la sonrisa y la infancia perdidas. No necesitan comida ni juguetes, y de su alojamiento y escolarización ya se encargan los servicios sociales. Denles cariño, todo el que puedan, si se cruzan con ellos, pero no intenten explicarles por qué el destino les tenía reservada la crueldad indecible de ver cómo su padre mataba presuntamente a su madre con la pata de una silla. No hallarán respuesta para eso, ni siquiera hurgando en lo peor del ser humano.