Publiqué una vez que Manuel López Bernal tenía pinchado irregularmente el teléfono de un sospechoso en su etapa de fiscal antidroga. Ya no recuerdo si aquello fue un exceso suyo o un exceso mío. Ha pasado tanto tiempo como el transcurrido desde que se hizo una casa por la que ahora le presentan una querella, que firma un abogado de Madrid y reviste la intención aparente de minar su eventual reelección al frente de la Fiscalía Superior de la Región, desde donde ha promovido denuncias, e investigado otras, que periódicamente sacuden los cimientos del poder político. Es difícil, en una sociedad pequeña en la que se entrelazan intereses de todo tipo (algunos, inconfesables), meter en problemas a quienes mandan y mantener indemnes el tipo y la reputación. Difícil, arriesgado y, a veces, heroico.