Ciudadanos surgió con el estigma de que rebotados de otros partidos habían aprovechado el aluvión para rehacer su carrera personal, y con esa marca de nacimiento convive aún. Es como su pecado original, acrecentado por el trasvase masivo de afiliados desde UPyD, que suscitó sospechas entre quienes se habían apuntado al bando naranja creyéndose a salvo de filibusterismos. Pero el desembarco de UPyD en C’s era inobjetable, por las semejanzas de sus doctrinarios. Aquella mudanza no era transfuguismo, sino una opción legítima de hacer política desde otro lugar. La adulteración democrática se habría dado -y sería imperdonable- si se probara que los líderes locales salidos de las primarias estaban designados de antemano por la dirección de un partido que se alimentó, para crecer, de censurar las trampas de la vieja política.