Si ya estuvo mal que Ramón Luis Valcárcel no le pagara a su hija el banquete de boda, contra lo que manda la tradición, peor es que ahora la vea imputada por supuesto cohecho a resultas de la recalificación urbanística de Novo Carthago, una decisión política del padre en la que ella no participó. Me da pena ver a esta mujer rompiendo a llorar al ser interrogada en el Juzgado por su ajuar y su luna de miel. Lo natural sería que Valcárcel renunciara a su aforamiento, compareciera ante la instructora de la causa y se mostrara dispuesto a responder a sus preguntas. A todas las preguntas. De esta forma aliviaría la carga insufrible que su hija soporta, y la apartaría del foco de la Justicia y de la opinión pública. Me pregunto por qué no lo hace.