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Joaquín García Cruz

Menuda política

Humo y espejos en la vida pública

El Mar Menor, la sierra minera y la autovía del bancal son verdaderos ejemplos de la magia que hacen los políticos

Humo y espejos. Magia. Es la política. Tras verse confinado en una dacha por el mismo politburó que él había presidido (hacerlo antes le habría costado, literalmente, la cabeza), el exdirigente soviético Nikita Jrushchov definió a los políticos como unos demagogos capaces de prometer la construcción de un puente aunque no haya río. Más ocurrente resulta la descripción acuñada por Groucho Marx («política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados»), pero esta de Jrushchov se ajusta mejor -40 años después- a la realidad actual. Hay políticos robaperas y políticos capaces, honrados y corruptos, sinceros y cuentistas, nuevos y viejos, pero todos ellos parecen marcados por su habilidad prestidigitadora, un rasgo casi arquetípico de quienes gestionan la ‘res publica’, ya lo hagan al abrigo del Gobierno o desde la oposición.

Los políticos consiguen, remando a contracorriente del desafecto ciudadano, que se confíe en sus promesas, que se les vote, que sus afiliados y subalternos les sigan, arracimados, como al flautista de Hamelín. Eso es magia. ¿O acaso no es ilusionismo hacernos creer que los partidos alcanzarán en esta legislatura un pacto nacional del agua, que la enfermedad del Mar Menor no estaba de sobra diagnosticada -y se la dejó evolucionar inmisericordemente-, que la sierra minera lleva medio siglo contaminada por alguna razón ajena a la estulticia de los gobernantes, o que las calles de Murcia se inundan porque llueve con fuerza inusitada, cuando lo cierto es que aún no se han construido los tanques de tormentas anunciados casi desde el Paleolítico? Al humo y a los espejos se recurre también desde la Administración para justificar que la autovía A7 pierda su tercer carril allí donde la provincia de Alicante se adentra en territorio murciano, o para explicar que Rajoy no haya encontrado en cuatro meses un hueco en su agenda para recibir al nuevo presidente de la Región de Murcia, lo que acentúa el convencimiento de que desde Madrid se nos maltrata hasta en los asuntos protocolarios.

Algún día olvidaremos estos y otros despropósitos. El Centro Médico de las universidades de Columbia y McGill (EE UU) ha publicado en la revista ‘Current Biology’ el avance de un estudio encaminado a regalarnos la posibilidad de borrar los malos recuerdos de nuestra memoria. Los investigadores apuntan que los recuerdos asociativos podrán suprimirse de forma individual, inhibiendo en consecuencia fobias y traumas que suelen arrastrarse de por vida.

Esto último no es magia. Es ciencia. Pero la tecnología para humanos aún no está disponible, así que entretanto las pastillas no se puedan adquirir en la farmacia tendremos que apechugar con la mala sangre que los dislates de la vida política nos provocan. O mirar hacia otro lado y seguir jugando al juego de sombras y engaños que se nos propone, un ejercicio de fabulación que resulta menos insano que tomarse un berrinche cada vez que se nos disfraza la realidad con humo y espejos. Con esta misma y vieja metáfora de la magia (‘Humo y espejos’, editorial Salamandra), titula Neil Gaiman uno de sus libros más divertidos, en el que relata, con la apariencia de hechos reales, cómo un tendero de segunda mano le vende el Santo Grial a una anciana por cuatro ‘chavos’ o cómo una banda de asesinos se anuncia en el periódico bajo la tapadera de una ‘empresa de control de plagas’. Todo en la narración de Gaiman es, claro, imaginación, magia y ficción, pero, magistralmente contado -o bien disfrazado-, se presenta como realismo literario. Llegado el caso, el Gobierno de turno es capaz de conseguir que una autovía termine en un bancal y que además se le llame así en el BOE (‘la autovía del bancal’). Es magia, porque la autovía existe pero no conduce a ninguna parte. Magia es también que un partido en apuros venda como ‘errores administrativos’ imputaciones judiciales de naturaleza penal, o que se renombre caprichosamente una ley para que al imputado de toda la vida deba llamársele ahora ‘investigado’. Es lo mismo, pero suena menos embarazoso. Así es, a veces, la política. Magia pura. Nada por aquí, nada por allá.

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