Echo de menos aquella Cataluña vanguardista en todo, la Cataluña guay que se sabía más cerca de Europa que de la España provinciana que en cierto modo la envidiaba. Estos días recuerdo con nostalgia a la Cataluña de entonces, y no porque se haya quedado atrás en su modernidad, sino porque se ha difuminado en la bronca y parece que ya no invita a disfrutarla como antes. También porque no veo que los catalanes se rebelen contra la cacicada del Parlament, una asonada que en Madrid habría causado ya otro 2 de Mayo y en cualquier otra región sacaría también a su gente a la calle. La aprobación de la ley del referéndum convierte a la Cataluña política en un esperpento institucional, en un anacronismo alejado a distancia sideral de aquella otra Cataluña a la que admirábamos y de la que hoy sus responsables se empeñan en separarnos.