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Joaquín García Cruz

Menuda política

Angela Merkel, pase a tratamiento

La vida va y viene por las dos plantas reservadas para Oncología en el hospital de día de La Arrixaca con una intensidad equiparable solo al brío con que bulle en el Materno-infantil. Cientos de enfermos se arraciman allí cada mañana a la espera del resultado de un escáner, el aliento de una mejoría en su pronóstico o un sillón libre donde recibir quimioterapia -el temible ‘veneno’ al que han confiado la existencia- o, desde más recientemente, su dosis de inmunoterapia.

En la tercera planta, los médicos que pasan consulta, apenas una docena, no dan abasto para atender a una nómina creciente de pacientes de cáncer, un mal que pronto alcanzará en cualesquiera de sus manifestaciones la gigantesca proporción de uno de cada tres hombres y una de cada cuatro mujeres, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Los oncólogos trabajan en condiciones tan precarias que al seguimiento de un carcinoma pueden dedicarle no más tiempo que a una gripe común en Atención Primaria.

La cuarta planta del hospital está destinada a los tratamientos. Decenas de personas aguardan en ella, con una serenidad admirable, a que el personal de Enfermería, igualmente apremiado por las estrecheces, les inyecte su medicina. Que la inmunoterapia resulte aún inadecuada para combatir determinados tumores no evita que sea un lugar común de conversación en las abigarradas salas de espera desde que este verano trascendió que se había considerado clínicamente ‘curada’ en Estados Unidos a una mujer que dos años antes parecía abocada a morir por un cáncer de mama muy agresivo complicado con lesiones tumorales como pelotas de tenis en el hígado. Tres meses después, en septiembre, especialistas del Grupo Español de Cáncer de Pulmón dieron a conocer en un congreso mundial celebrado en Toronto una combinación de quimioterapia e inmunoterapia que ha conseguido reducir hasta en un 80% los tumores pulmonares, que son los más mortíferos del catálogo. Al divulgar su exitoso estudio, los responsables del ensayo, denominado ‘Nadim’, advirtieron con tristeza: «El Estado no ha participado en nada. Lo hemos hecho los investigadores; desgraciadamente, es así. La gente está a otras cosas en este país».

El lamento parece justificado, visto lo visto. Cuando los gobiernos abandonan a los científicos a la suerte de un ‘crowdfunding’, como si fueran pedigüeños, o recortan en atención sanitaria enarbolando ‘la contención del gasto’, ‘la senda del déficit’ y otras consignas impuestas desde Alemania o Bruselas, y cuando para conseguir tales objetivos anteponen otras políticas de mayor rédito electoral que la inversión en sanidad pública y la investigación médica, ni se imaginan cuánto daño infligen a los profesionales y a los enfermos de Oncología, empeñados los unos, y esperanzados los otros, en sujetar con fuerza la vida.

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