Esta vez, más que atentos a quién ha ganado, estaremos pendientes de quién gobernará. La única certeza electoral estriba desde 2015 en la inexistencia de mayorías absolutas, que primero se fueron por la cañería de la desideologización y después resultaron engullidas por una imparable desafección generalizada a la que tampoco la nueva política pudo escapar. Ante este panorama de mayorías insuficientes, cuando no de victorias pírricas (la de Inés Arrimadas en Cataluña y la de Susana Díaz en Andalucía), sumar en las urnas más votos que ningún otro adversario puede parecer ya irrelevante. Pero no lo es. No en Murcia, donde el PP gobierna holgadamente desde 1995, y la confirmación de la derrota que ya apuntaron los comicios del 28-A marcaría -de producirse- todo un cambio de ciclo, un hito histórico al margen de qué fuerza terminara por adueñarse del palacio de San Esteban en función de pactos que hoy se hacen imprevisibles.
Conviene ser prudentes, sin embargo. Las campañas sacan de la indefinición a mucha gente, se diga lo que se diga, el PP tiene más espolones que un gallo, y el 18% de los votos a Vox en la Región y el 20% a Ciudadanos salieron en gran parte del caudal perdido por los populares, pero está por ver si estas dos fuerzas crecientes se consolidan o más bien son la espuma de un suflé. Acerca del PSOE, no hay duda de que sigue encaramado a una ola triunfante que arrastra de nuevo, ilusionada, a una militancia que parecía deslomada ya por tantos éxitos consecutivos del PP.