Murcia presumió en 1993 de ser la primera comunidad autónoma presidida por una mujer. Durante los dos años en que ocupó la jefatura del Gobierno regional, a María Antonia Martínez le tocó apagar los últimos rescoldos de la crisis industrial de Cartagena y soportar algún que otro chascarrillo machista, pero acabó con la barra libre en la Administración regional y embridó a su partido, el PSRM-PSOE, que venía de perpetrar en la persona de Carlos Collado el mayor fratricidio reconocible desde que Bruto mató a César. En 1995 llegó Valcárcel e instauró una época nueva, marcada por cinco triunfos electorales consecutivos -y apabullantes- del PP.
Ahora Valcárcel ha decidido cambiar de aires y, aunque aún no ha dicho esta boca es mía respecto a quién lo sucederá (volviendo a demostrar así que es el más listo de la clase), todos damos por hecho que se verá reencarnado en Pedro Antonio Sánchez, Juan Bernal o Juan Carlos Ruiz. Pero la también diputada regional -y, por tanto, igualmente elegible- Belén Fernández-Delgado Cerdá aprovechó el Día de la Constitución para reivindicar su derecho a hacerse oír, con la insinuación añadida de que sería bueno que una mujer presidiera otra vez la Comunidad Autónoma, como si la condición femenina -o la masculina- fuera por sí mismo un atributo a tener en cuenta. Que nadie se llame a engaño. Belén solo quiso saborear un minuto de gloria, en una efeméride tan señalada como el aniversario constitucional, y agitar con su salida de tono el patio de la sucesión, que está (en eso lleva razón) más muerto que un cementerio. Hasta Valcárcel lo reconoce, al referirse a Sánchez, Bernal y Ruiz con menos pasión que la que transmite un beso entre japoneses: «Es evidente que cuando salen los nombres de esas tres personas tantas veces y nadie dice: ‘Oiga, conmigo no cuente’, habrá que pensar que efectivamente hay tres personas».
O cuatro, pudo creer alguien al escuchar la extemporánea declaración pública de Belén. Pero no. Belén sería incapaz de ir y venir a Madrid en el mismo día y rematar la jornada poniendo su mejor cara en una cena del partido en Bullas, o de viajar a Bruselas dos veces por semana para bregar con funcionarios. Belén es una señora del centro (del centro de Murcia), con apellidos de postín en su DNI (Fernández-Delgado y Cerdá), de esas que se diría de la derechona de toda la vida, dicharachera, veinte años rodando por los cargos públicos, siempre atenta a los designios de Valcárcel, pero que por nada del mundo renunciaría a un puente festivo en Nueva York (búsquenla en Prada, si van por allí) para jugar al dominó con los alcaldes, como hace Valcárcel y como hacía María Antonia Martínez. Y así, sin currárselo, no se puede ser la presidenta.