Aún no hace mucho, los grandes partidos se medían en las plazas de toros. Llenar era lo importante, por encima de los mensajes. Ahora -lo vimos en Murcia el pasado fin de semana-, el líder de la oposición se conforma con un pabellón y el presidente del Gobierno reúne a los suyos en un hotel. El primer ministro de India, Narendra Modi, recurrió en abril al holograma para llevar hasta miles de pueblos del subcontinente un mitin de 45 minutos cómodamente grabado en Nueva Delhi, y los 200.000 seguidores inscritos en Podemos participaron por internet en la asamblea organizativa de su formación. Da igual cómo se realice la liturgia del sermón, siempre que cumpla su objetivo de reforzar la fe de los acólitos en momentos de fragilidad, asegurarles la merienda espiritual con la efectividad de la leche en polvo que se repartía en los colegios de la posguerra, inocularles el mantra de turno, aunque éste esconda un trágala. Un buen mitin de fin de semana garantiza audiencias masivas en los medios de comunicación y en las redes sociales, y levanta el ánimo alicaído de la clientela. Cuántas mentiras se viertan ante un coro de correligionarios entregados a la causa cuenta poco. En los mítines no hay Diario de Sesiones ni polígrafo que las delate.

Durante la reunión intermunicipal de Murcia, María Dolores de Cospedal proclamó sentirse escandalizada ante la corrupción, sin reparar en los numerosos casos de imputados que pueblan el listado regional de gobernantes de su partido  (allí presentes, aplaudiéndole), y Rajoy pidió ayer disculpas por la depravación que corroe a su partido, pero lleva años minimizándola, y en Murcia llegó a identificarla con «unas pocas cosas» que no interesan a los españoles, en sintonía con su ministro Cristóbal Montoro, quien esa misma noche defendía en TV que debemos fijarnos en la recuperación económica, en vez de mirar tanto a la despensa donde cuelgan los chorizos.

Es verdad que los mítines lo soportan todo, y que las palabras se las lleva el viento. Pero Gürtel, Bárcenas, los Pujol, las tarjetas ‘black’ de Caja Madrid, los ERE y la ‘Operación Púnica’ no son «unas pocas cosas», sino más bien «aquellas pequeñas cosas» que  te acechan detrás de la puerta, como canta Joan Manuel Serrat, y que pueden amenazar incluso la recuperación económica, porque nadie quiere una España sin paro si el precio a pagar es una vida pública infectada por la indecencia. Esas «pocas cosas» a las que Rajoy se refiere con su natural desdén son en realidad un gran montón de basura hedionda que no tenemos por qué soportar.