La decisión de la Fiscalía de meter las narices en la llegada del AVE a Murcia me recuerda con tristeza ‘El embargo’, uno de los poemas más sentidos de Gabriel y Galán. Una comisión judicial se dispone a incautarse de una casa en el arrabal -miserable, desabrigada, dejada de la mano de Dios- y su dueño, un agricultor arruinado incapaz de seguir pagando los impuestos, suplica a los guardias que se lleven lo que quieran pero le permitan quedarse con el catre, que es lo único que desea conservar de sus enseres, porque en él cuidó y vio morir a su mujer, de la que acaba de enviudar. De todas las infraestructuras pendientes de realización que la Región necesita para subirse al carro de una puñetera vez y paliar el intolerable déficit histórico que padece, el AVE es también la única que ya se tocaba con los dedos, y las diligencias abiertas por el Ministerio Público la ponen en riesgo de un nuevo retraso que podría llevarla al limbo. Si la Fiscalía concluyera que el trazado urbano del AVE requiere una nueva declaración de impacto ambiental, como exige la Plataforma Pro Soterramiento -que está en su derecho-, la complejidad administrativa dejaría en vía muerta la conexión de Murcia con la alta velocidad. El AVE, que viene ya por Orihuela, se vería frenado abruptamente por la redacción de otra declaración medioambiental, su posterior exposición pública, las alegaciones y la resolución de las alegaciones. Del resto de las grandes obras vitales para el desarrollo de la Región, el Corredor Mediterráneo sigue sin dinero ni plazos, el aeropuerto de Corvera parece haberse ido al infierno, el macropuerto de El Gorguel no está en los Presupuestos ni se le espera, como tampoco está Camarillas, y la bahía de Portmán iba a ser regenerada por un empresario alemán que ha terminado encarcelado en su país por estafa. ¿No han sido suficientes diecinueve años de mayorías absolutas en la Región para encarrilar estos proyectos en los despachos de Madrid? ¿Tan malos políticos nos han gobernado durante estos cuatro lustros, y durante los cuatro lustros anteriores, que en 2014 pedimos lo que ya reclamábamos desde antes de 1995? ¿No había dinero suficiente, cuando las vacas daban leche, para sufragar estas infraestructuras? ¿Se nos quiere hacer pagar desde el Estado alguna deuda pretérita que acaso aquí desconocemos? ¿Qué fantasmagórico recaudador de tributos nos asfixia un año tras otro, y se dispone a embargarnos hasta la barraca, y dejarnos sin el catre, como al agricultor pobre de Gabriel y Galán, ahora que el AVE asomaba ya por el carril?