Novo Carthago tomó ayer un rumbo turbador. El magistrado Manuel Abadía considera al expresidente Valcárcel «integrante de la trama» que recalificó un terreno protegido y le acusa de utilizar como «testaferros» en dádivas y regalos a su hija y a su cuñado. Esto no puede acabar así. Ha de aclararse. Si, una vez espumada la investigación, los reproches de Abadía devinieran infundados, sus conjeturas habrían causado un daño irreparable a la familia Valcárcel, que quedaría estigmatizada de por vida, y el magistrado debería responder de sus presunciones. Y, si el sumario condujera a un fallo condenatorio, habría que admitir que Murcia confió su destino durante 19 años a un gobernante indigno, y cualquiera de las dos posibilidades resulta estremecedora. Llegados a este punto, ya no caben las tablas.