Admitámoslo sin tapujos: Valcárcel y Garre se detestan. La camaradería que cultivaban se tornó en suspicacia, luego en desconfianza y, finalmente, en acritud, con la particularidad de que cada uno de ellos encabeza un pelotón de subalternos dispuestos a dejarse la vida (política) por sus jefes, y sabedores de que a los perdedores les espera el destierro. Hay altos cargos que se esquivan, otros que no se dirigen la palabra, y algunos que se refieren a sus contrarios con motes despreciativos, cuando no directamente con insultos. El Gobierno regional y los ayuntamientos de Murcia y Cartagena se han convertido en viveros de hostilidades, mofas, intrigas y contubernios. Les asustan las elecciones, aunque no tanto como la certeza de que la fiesta -para quienes caigan en esta refriega fratricida- toca a su fin.