A nadie debería quitar el sueño que la Asamblea Regional cayera en manos de una mayoría quebradiza. La fragmentación parlamentaria no sería el acabose ni el germen de una revolución peligrosa. Aunque José Antonio Pujante sostenga que el CIS falla más que una escopeta de feria, lo cierto es que el guiso recién salido de los fogones del Gobierno vaticina para Murcia que el PP ya no podrá seguir pasando el rodillo, que los socialistas mantendrán sus escaños -con tendencia a mejorar-, y que Ciudadanos y Podemos irrumpirán en la Asamblea por la puerta grande. ¿Y qué? No supondría solo un cambio de mobiliario, sino la entrada de aire fresco en un Parlamento lánguido que se ha pasado la legislatura convocando al bostezo. Una mayoría estrecha traería consigo la urgencia de consensos, y haría que los flamantes diputados no pudieran confiarse a la holganza, por si acaso otros grupos urdieran entre tanto una alianza atacante. Tendrían que emplearse a fondo en su tarea legislativa, preocuparse más del trabajo que de las dietas, cambiar la atmósfera macilenta de la Cámara por una iluminación blanca y más moderna, y convertir la Asamblea Regional en un lugar políticamente vivo, donde el tedio dejara paso a duelos de altura, el hollín desapareciera, y un término tan hermoso como ‘pacto’ recuperase su esplendor del parlamentarismo republicano. Eso -darle a la Asamblea sentido y lustre-, sí que sería toda una revolución.