S&P rebajó anoche la nota de España, la EPA nos ha despertado hoy con otro guantazo, y es seguro que las próximas horas seguirán siendo pródigas en desdichas por el estilo. Más de lo mismo. Pero esta semana que hoy termina no ha sido una semana como las anteriores. No, porque el fútbol nos ha redimido, aunque haya sido fugazmente, de tanto pesimismo, y con el fútbol hemos edulcorado la crisis gracias a la felicidad que solo la pasión por el gol es capaz de regalar a sus adeptos. Cristiano, Messi, el Bayern, la épica, el fanatismo inofensivo, Guardiola y Mou, la adrenalina, las nobles discusiones, y un sinfín de emociones saludables se han abierto hueco entre nuestro maltrecho estado anímico. Hemos recuperado el buen rollo de antes de que la prima de riesgo, el déficit, los recortes y la inquietud persistente nos pusieran la vida del revés.
Vale que ha sido un espejismo, un suspiro, apenas cinco días, el tiempo transcurrido entre el Barça-Real Madrid del sábado y la frustración del miércoles por ver a los dos equipos eliminados en Europa, el nuestro y el adversario. Ha durado poco, sí, y además sabemos que en absoluto nos ayudará a salir del hoyo. Pero que tire la primera piedra quien no haya vivido en esta semana irrepetible sensaciones que creíamos arrebatadas a manos de la Merkel y los insaciables mercados.
Pan, circo y toros. Era la receta de Franco contra el mal de la libertad, una pócima ciertamente eficaz para tranquilizar al personal, como balsámica ha resultado esta semana de fútbol para aliviarnos siquiera un poco. Bendito sea el fútbol.