Antes veías a Valcárcel planchándose una camisa, a Federico Trillo guisando michirones, o a Zapatero de compras por Nueva York con su hija gótica, y quedaba simpático. Pero ahora no puedes zapear sin que se te aparezca Pablo Iglesias tocando la guitarra, Albert Rivera de cháchara con la Campos, Pedro Sánchez repantigado ante Risto Mejide o Mariano Rajoy jugando al futbolín con Bertín Osborne. Tanta impostación en ‘prime time’ empieza a resultar empalagosa, empequeñece las propuestas electorales y oculta las virtudes -y los defectos- de los candidatos. Cuando se reprochaba a los políticos su alejamiento de la gente, se les pedía que abrieran las puertas de sus despachos oficiales, que nos enseñaran las agendas y que, de vez en cuando, rindieran cuentas de lo que hacen, pero no que nos mostraran de qué color tienen los visillos del salón.