Al salir del fango, Rajoy y Sánchez se fueron a sus cuarteles para celebrar la victoria en un duelo que los dos habían perdido. Mientras uno y otro hacían su fiesta en la cocina, los correligionarios más entusiastas se zumbaban en las redes, mezclando a partes iguales tundas de golpes bajos y soflamas triunfalistas, no sé bien si para enmascarar el sonrojo provocado por sus dos líderes o para atizar más aún el fuego en el que ambos estuvieron a punto de quemarse. Si el debate se hubiera estirado dos horas más, cabría la posibilidad de que la zafiedad hubiera llegado a mayores. De hecho, la fiesta continuó ayer en Génova y Ferraz, con intercambios -por boca de ganso-, de nuevas lindezas, como «macarra» y «jefe de la banda», cuando, hasta la víspera del debate, parecía sincero el empeño de todos en reconciliarnos con la buena política.