No podremos responsabilizar a los políticos de que hoy se constituya un Parlamento fragmentado de aritméticas imposibles. Ni de que más adelante la oposición pudiera aliarse contra Rajoy para sacarlo de La Moncloa a cualquier precio. O de que PP y PSOE formen un gobierno tan patriótico como inviable invocando el supremo interés nacional. O de que no haya más salida al embrollo que repetir las elecciones. Los políticos, esta vez, no tienen la culpa. Lo que hagan será el resultado y la consecuencia de lo que nosotros votamos el 20D: el final de las mayorías absolutas y un mandato muy claro para que los diputados se pasen la legislatura hablando hasta que se aburran. Y -mal que le pese a Artur Mas- lo que las urnas consagran no se debe corregir en la sacristía.