Primero llegaron las madres, después, sus hijas también. Generación tras generación ayudaron con su esfuerzo a levantar un imperio: el de la industria conservera, que tanta fama dio a Molina de Segura. Es una página de la historia que aún tiene capítulos por escribir. Cientos de mujeres se desplazaron hasta la localidad, principalmente de la Vega del Segura y de la comarca del Río Mula, durante las distintas campañas de trabajo. De aquel ‘boom’ quedan unos pocos vestigios de las fábricas, además de un legado inmaterial con los recuerdos de las trabajadoras.
Los orígenes del sector de la conserva vegetal hay que buscarlos a finales del siglo XIX, con Maximino Moreno. El apogeo se vivió en las décadas de los años sesenta y setenta del pasado siglo. Ahora ya no quedan fábricas en el casco urbano, pero el paisaje de la ciudad todavía se ve salpicado por las chimeneas de las factorías, a uno y otro lado de la antigua carretera de Madrid. Este patrimonio industrial forma parte de una nueva ruta turística que muestra la historia y la cultura de Molina. La próxima cita es el 11 de enero (inscripciones en el teléfono 968 28 85 22).
La industria conservera se abasteció de mano de obra femenina, barata, “dócil” y con la pericia necesaria para estos menesteres. Lo normal era que las niñas acompañaran a sus madres, por lo que en las factorías se mezclaban juegos con trabajo. Algunas empezaron con solo 14 años. Lo cuenta la investigadora María Dolores Palazón en un artículo publicado en la revista Llámpara. Trabajaban en unas condiciones duras, sin contratos ni prestaciones, con jornadas sin límites fijados y que dependían de la producción; su labor la realizaban de pie, a veces bajo las malas maneras de algunos encargados, y debían traer sus propios utensilios y uniformes. Por supuesto, no existían comedores, y almorzaban en la puerta de la fábrica. Todo esto comenzó a cambiar, a mejor, hacia 1976, gracias a la gestación de una conciencia obrera.
Con el paso del tiempo, muchas de estas mujeres acabaron por afincarse en la localidad. Los propios industriales levantaron entonces edificios para alojar a las nuevas familias. Fue una época de expansión de la ciudad hacia el norte, con la creación de barrios enteros, como los de Fátima, San José, San Antonio, San Miguel y El Carmen. En solo dos años, entre 1992 y 1994, este imperio se derrumbó.