Soy de los que piensan que la plaza del Cardenal Belluga, en el corazón de Murcia, no requiere de adornos postizos; que un entorno así, enmarcado por la fachada barroca de la Catedral, el colorido del Palacio Episcopal y la moderna sencillez del anexo de Rafael Moneo, no necesita nada más. Así lo entendió en su día el famoso arquitecto navarro cuando remodeló este espacio urbano, limpiándolo de elementos (trasladó la fuente, quitó una fila de naranjos y eliminó el parterre central) para que los edificios de alrededor se convirtieran en los auténticos protagonistas. Por eso me resulta difícil de comprender que la concejal de Calidad Urbana, Ana Martínez Vidal, atendiendo -dice- a una petición de los hosteleros de la zona, accediera a colocar esos ocho macetones de hierro fundido para “decorar” la mejor plaza de Murcia. No dudo de que lo hizo con la mejor intención, pero creo que se equivocó. Distorsionan el entorno; actúan como interferencias; chirrían en este marco incomparable. Quizás en otra plaza de la ciudad servirían de ornamento, pero aquí se quedan en perifollos. ¿Pecó Martínez Vidal de falta de sensibilidad? No lo sé. Aunque sí que perdió una oportunidad de oro para explicar a esos empresarios el privilegio de tener sus establecimientos en ese entorno tan monumental.

Uno de los maceteros, con el edificio Moneo al fondo.
Tampoco me cabe en la cabeza que todavía hoy (los maceteros se colocaron la pasada navidad) la Dirección General de Bienes Culturales no haya dicho ni mu, cuando estamos hablando de un espacio emblemático (y puede que hasta protegido) del casco histórico. Me parece un silencio cómplice, que en nada ayuda a la conservación y puesta en valor de nuestro patrimonio. Y todavía lo considero más grave porque para colocar esos pesados mazacotes sobre sus peanas hubo que atornillarlos, agujereando un pavimento de mármol travertino y basalto que a los murcianos nos salió por un ojo de la cara. Por si no fuera suficiente, me pareció ver que el riego de las plantas que se abrasan estos días dentro de esos búcaros de hierro están dejando manchas de cal en el flamante suelo.
En fin. Me gustaría conocer qué opinan de esta decoración urbana los arquitectos, los historiadores del arte, incluso los guías de turismo. Supongo que habrá gustos para todo. Pero me duele que el ornato de nuestras calles y plazas emblemáticas lo decidan solo los hosteleros, que, por ciento, también tienen derecho a dar su parecer, porque todos vivimos en la misma ciudad. Y me molesta, especialmente, pasear por esta Murcia que cada vez se parece más a un decorado barato de parque temático.